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Martes, 05 Enero 2021 02:24

2020 no termina: la era del individualismo feroz

2020 no termina: la era del individualismo feroz Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Después de todo lo sufrido, hablar de 2020 en tiempo pasado provoca cierto efecto placebo; arrancar la última hoja del calendario de ese annus horribilis resulta tan tranquilizador como usar cubrebocas en la estación Pantitlán.


 

(¿Qué diferencia hay entre el jueves y el viernes?, desvarío. ¿Qué magia cósmica ocurre en el preciso instante en que nuestro planeta cruza por ese punto arbitrario de su órbita, en el que repica la última campanada y se nos atraganta la duodécima uva?)

 

La pandemia de coronavirus COVID-19, la tragedia que marcó 2020, ha modificado profundamente el comportamiento humano. Dentro de lo positivo que resulta no tener que sufrir aglomeraciones en los bancos o en los cines, o que mi sobrina no tenga la obligación de saludar de beso a señoras ridículamente maquilladas, resalta lo negativo: el aislarnos unos de otros detrás de una máscara de la cual no asoma ni la sonrisa ha acentuado nuestro individualismo, ha desvanecido la naturaleza solidaria de nuestra especie (“Nacemos buenos…) reafirmando la condición superegoísta del hombre moderno (…pero la sociedad nos corrompe”). Esquizofrénicos, en el ciberespacio somos cursilones como Juan Rulfo: “Salvémonos juntos...”, pero en la vida real somos mezquinos como George Constanza en una fiesta infantil: “¡Sálvese quien pueda!”.

 

Expuesto lo anterior, podemos decir que aunque el coronavirus le ha propinado al neoliberalismo una dura derrota táctica, también le ha brindado una interesantísima victoria estratégica: si bien el microscópico pinche bicho ha exhibido dramáticamente las limitaciones del supuestamente infalible modelo neoliberal probando que el Estado es insustituible, que nuestra seguridad “no puede depender de los efectos desquiciantes del mercado” (Borón dixit), también ha revelado cuán arraigado está en nosotros el espíritu de la ideología dominante por estos rumbos, la que nos lanza a competir ferozmente unos contra otros para subsistir. ¿Qué queda de la reducción del Estado a su mínima expresión sino individuos dispersos, cada uno en su pedo, a lo suyo?

 

El individuo, se nos enseña desde pequeños, no necesitaría de ninguna forma de colectivización para desarrollarse plenamente. El emprendedor es el máximo exponente del neoliberalismo: solito puede costearse una educación, disfrutar de una vejez ¿digna? gracias al PPP que administra algún excompañero de la universidad o adquirir una casa vía algún crédito bancario pagadero a 30 años; su mayor logro --¡ay, Sísifo envidiaría su hazaña!-- es comprarse su primer coche para no depender más del infame sistema de transporte público para trasladarse de su casa al trabajo y viceversa. El hombre hecho a sí mismo, por supuesto, debería poder comprar la vacuna contra el COVID-19 en Walmart, sin necesidad de esperar pacientemente hasta que se la suministre papá-Estado: “¡Deme diez!”

 

Frente al individualismo feroz que promueve el neoliberalismo, la entelequia cuyas relaciones sociales se limitan a meras transacciones comerciales, debe imponerse --léase como deseo de año nuevo, aunque con cierto dejo de desesperanza-- la noción de que uno solo existe en sociedad, de que somos por y para el otro: que el maestro es para enseñar al alumno, el médico es para sanar al enfermo, el arquitecto es para construir un techo al desposeído; que el fuerte es para echar una mano al débil, no para aprovecharse de él. Fue Adorno (creo) quien aseguró que el hombre, antes que individuo es prójimo, cosa muy desdeñada últimamente.

 

El germen del egoísmo nos fue sembrado hace décadas, sólo necesitaba un estornudo --¡achú!-- para brotar violentamente. No es la pandemia, en fin, sino el neoliberalismo el que nos inocula el Mal d'Aurore, el que saca lo peor de nosotros mismos.

 

(2020 no termina: ¡empeora!)

 

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