Decididos a pasar página de Trump, el establishment ha desempolvado el romano castigo de la damnatio memoriae, el cual consistía en la condenación de la memoria de los enemigos del Estado, implicando la remoción de sus imágenes, monumentos e inscripciones, y en casos extremos, declarándoles históricamente inexistentes. Los antiguos romanos popularizaron la medida pero, por supuesto, no han sido los únicos en aplicarla: la Revolución Libertadora (Fusiladora) prohibió pronunciar el nombre de Perón, el estalinismo borró de la foto de familia a Trotsky, Esteban VI exhumó el cadáver de Formoso a fin de juzgarlo post mortem y declarar inválido su papado; incluso nosotros aplicamos su versión mínima cada vez que cambiamos de gobierno, por ejemplo, mandando Barbosa a reemplazar la talavera fake morenovallista por Berel color carmín.
Al acusar a Trump de “incitar a la insurrección” y de ser una amenaza “a las instituciones” y “a la seguridad nacional, a la democracia y a la Constitución” --¡uf!--, lo han declarado enemigo del Estado y lo encaminan a su terrible destino como quien empuja a uno por la milla verde: rebajándolo al nivel del infame Benedict Arnold, cuya heroicidad sólo es opacada por su felonía, esperan desaparecerlo de los anales, que su presidencia sea considerada un interregnum ilegítimo entre las de Krampus Obama y SleepyCreepy Joe, un feo paréntesis en la ¿impoluta? historia nacional, sólo un mal sueño como la novena temporada de Dallas. Repudiado, Trump no dará nombre a bibliotecas, barcos o escuelas públicas. (Le da nombre un rascacielos. Quizá con eso le baste).
A fin de desaparecer a Trump de la vida pública, por si acaso no fuera suficiente impedirle postularse a cargos de elección popular nuevamente, lo cual posiblemente resultará de los procesos legales que enfrenta, se han conjurado contra él los tiranuelos de Silicon Valley: Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, Twitch, Snapchat, todos han restringido el acceso a sus cuentas; además, Amazon, Apple y Google han colgado su afilada espada de Damocles sobre Parler, la red social propia de sus seguidores.
El castigo sin precedentes a Trump, la prohibición inédita a acceder a la plaza pública del s. XXI donde un puñado de influencers hacen más ruido que varios miles de manifestantes, responde a motivaciones estrictamente políticas. ¿Acaso las malditas redes sociales censuraron a los no menos iracundos Antifa o BLM? ¿Acaso, a Katty Griffin cuando simuló decapitar al presidente? La evidente parcialidad de los dueños de las redes, envalentonados por cerrarle el pico al so called hombre más poderoso del mundo, nos coloca en la antesala de una república orwelliana donde la manipulación de la información, la vigilancia masiva y la represión cibersocial sean la norma. A partir de este punto, cualquiera que sea políticamente incorrecto corre el riesgo de ser vaporizado... virtualmente.
ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN H
