Martes, 23 de Abril del 2024
Jueves, 05 Agosto 2021 03:20

Juan Carlos de Borbón, rey en fuga

Juan Carlos de Borbón, rey en fuga Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

En 2004, como regalo de boda para Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, Joaquín Sabina escribió Ripiado de palacio. Entonces, el hijo del comisario Martínez empezaba a disfrutar de codearse con la créme de la créme de la aristocracia española; el flaco desgarbado de La Mandrágora vivía el principio de su interminable ocaso contándole chistes verdes al príncipe de Asturias y rayando el parqué de su lujoso piso de Tirso de Molina o del no menos vistoso apartamento de Woody Allen, en Manhattan, con la ex novia de Fher, el de Maná.


 

Sabina albergaba o alberga aún esperanzas de que Felipe modernice la institución anacrónica a la que representa, “que se mezcle con la gente y no sea tan indolente al peso de su corona” y que “entre polvo y polvo, sepa de Borges, Larra y Platón”. Lo muy sabinero, muy del Atleti y muy alto, guapo y simpático, sin embargo, no le quitará al jefe del Estado español la maca de que encabeza una de las instituciones más corruptas del planeta:

 

Ningún país donde un ciudadano deba hacerle reverencias a otro, por muy Dinamarca que se llame, puede considerarse plenamente justo. España, por la naturaleza de su régimen, menos: la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, de 1947, mediante la cual se normalizó la dictadura franquista, estableció que el país se constituía en reino católico, anticomunista y antiliberal; que Francisco Franco asumía la jefatura del Estado de forma vitalicia y que le correspondía a este designar a su sucesor a título de rey. De tal suerte, se aceptó que Franco era caudillo ‘por la gracia de Dios’ y que su sucesor y los descendientes de éste serían reyes ¡por la gracia de Franco!

 

El sucesor designado fue Juan Carlos de Borbón, hijo de Juan, el pretendiente al trono español. Con él, Franco dejó todo atado y bien atado no para que las instituciones franquistas le sobrevivieran, como supusieron los conjurados trasnochados de media docena de asonadas golpistas en los 80, sino para que le sobreviviera la élite político-empresarial amparada por la dictadura, la cual transitó hábilmente de un régimen políticamente impresentable a uno supuestamente más decente, con acceso los mejores foros internacionales y a la CEE, y membrete de la OTAN.

 

A los españoles, la manutención de su elefante blanco, la Casa Real, les cuesta unos 80 millones de euros anuales, suficientes, según, para que su titular “desarrolle su trabajo con la independencia inherente de sus funciones”, es decir, para que no caiga en tentacione$. La fortuna de Juan Carlos, calculada en ¡2 mil millones de euros!, no obstante, proviene no de su ¿trabajo? sino de negocios al amparo del poder. Las cuentas bancarias a su nombre se alimentan de las comisiones millonarias cobradas por la construcción de centrales eléctricas en Letonia o por cada traviesa de la vía férrea del AVE La Meca-Medina y cada barril de petróleo comerciados con Arabia Saudita entre 1973 y 1996; o por el desarrollo de proyectos hoteleros en México en sociedad con OHL y con un ex presidente que no es el que están pensando.

 

Desaforado desde que abdicó al trono, acosado por los medios de comunicación e investigado por la Fiscalía anticorrupción por blanqueo de capitales y evasión fiscal, estos días hace un año que el dignísimo heredero de Alfonso XIII, a quien los republicanos echaron de España “no por anticonstitucional sino por ladrón”, a decir de Valle-Inclán, hizo las maletas (cargadas de ‘petrodólares’) y se fugó a los Emiratos Árabes Unidos. En su palacete en Abu Dabi vive desde entonces, nunca mejor dicho, a cuerpo de rey.

 

El Sabina ‘preictus’, el irreverente, le dedicaría a Juan Carlos los mismos versos que al Dioni:

 

¡Ay, Juan Carlos,
fue total lo del atraco, sin un mal tiro!
Mucho ‘visio’,
trincar el pastón y pegarse el piro.

 

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