Viernes, 03 de Mayo del 2024
Martes, 17 Agosto 2021 00:53

¿Por qué fracasó Estados Unidos en Afganistán?

¿Por qué fracasó Estados Unidos en Afganistán? Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

A mediados del s. XIX, Arthur Conolly acuñó el término “Gran juego” para referirse a la competencia entre los imperios británico y ruso por el control de Asia central y particularmente, de Afganistán: para los británicos, este territorio era indispensable para defender la India, la joya de su corona, la principal fuente de riquezas de la metrópoli, y para los rusos suponía la posibilidad de acceder a nuevos mercados y de asegurar sus fronteras meridionales, y además, la oportunidad de meterle presión a su rival para arrancarle concesiones en otros escenarios.


 

A la vuelta de dos siglos, el nuevo Gran juego ya no se desarrolla tanto en los polvorientos campos de batalla como en alguna oficina medianita del Ministerio de Defensa afgano atendida por un burócrata que seguramente no ha leído a Mackinder. Él no lo sabe pero su país es el pivote mundial, la entrada a Asia y por extensión, a Eurasia, un territorio que las nuevas superpotencias ansían conquistar... invirtiendo generosamente en el desarrollo de su infraestructura estratégica, de sus carreteras, sus ductos petroleros, sus campos no precisamente de cebada, etc.

 

Con estas inquietude$ en mente, so pretexto de sacar de su cueva al esquivo Osama Bin Laden, en 2001, Estados Unidos invadió Afganistán. Al multimillonario saudita doblado en cabecilla de Al Qaeda se le atribuía la autoría intelectual de los (auto)atentados del 11-S, y a sus amigos talibanes, porque tanto peca el que mata a la vaca como el que renta su casa al tablajero, se les acusaba de dar refugio a terroristas, lo cual era cierto, y de ser la vanguardia de una yihad civilizatoria global que haría cagarse encima al mismísimo Huntington, lo cual era una mentira más grande que la del vuelo 93.

 

El invasor tuvo sobrada fuerza bruta para ganar la guerra pero no, la humildad, la pericia ni la estrategia para hacer la paz. Los hipócritas promotores de la democracia optaron por controlar el territorio conquistado como si se tratara de una satrapía, mediante un régimen títere (Karzai, Ghani) en lugar de facilitar una transición de veras que involucrara a todas las fuerzas políticas, incluyendo a los talibanes. Derivada de ese razonamiento, la nueva Constitución política afgana, la cual se trazó en Washington entre 2003 y 2004, estableció un gobierno nacional supercentralizado que resultaría ineficiente en un país étnicamente diverso donde los señores de la guerra y los líderes tribales y comunitarios usualmente han disfrutado de enorme autonomía.

 

Debido a ese garrafal error de diseño, Afganistán fue incapaz de desarrollar una noción básica de Estado; lo que naturalmente debería asimilarse a Etiopía o a Bosnia-Herzegovina terminó, ay, asemejándose a Somalia. La debilidad institucional, expresada en una corrupción rampante y en la precariedad de los órganos de justicia y de seguridad, y especialmente, en un ejército incompetente, imposibilitó la pacificación del país. El estado de guerra permanente a lo mejor a los afganos, quienes no han tenido un minuto de sosiego desde la Revolución de Saur, les parecería normal pero a los estadounidenses, quienes todavía despiertan a media noche buscando las piernas del Tte. Dan, hace rato que les resultaba frustrante.

 

Al cabo de dos décadas, de 5 mil muertos y 20 mil heridos entre los ocupantes, y de US$2 TRILLONES de los contribuyentes malgastados, en fin, el esfuerzo bélico sencillamente se volvió insostenible. Estos días, reconociendo Retreatin' Joe que ya no hay reservas de apoyo popular suficientes “para enviar más jóvenes a luchar en una guerra sin ninguna expectativa razonable de éxito” (¿Síndrome de Afganistán?), los últimos soldados estadounidenses apuran su retirada del cementerio de imperios afgano como quien huye de Saigón.

 

(Mission accomplished, George?)

 

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