Lunes, 13 de Octubre del 2025
Jueves, 19 Agosto 2021 02:08

La paradoja de Vietnam

La paradoja de Vietnam Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Empujado por la creencia de ser una nación excepcional, la más justa, la más virtuosa, la más guapa sobre la faz de la tierra, a lo largo de su historia, Estados Unidos ha construido el mito de su invencibilidad en los campos de batalla. Quizá por eso, su derrota a manos de granjeros, en Vietnam, ocasionó un trauma colectivo tan, tan profundo; a mediados de los 70, parte de su espíritu guerrero quedó colgado de un bambú en Khe Sanh. Si no me equivoco, fue Ronald Reagan quien, a propósito, planteó una paradoja bien interesante que podríamos replantearnos en vista de los últimos acontecimientos:


 

Si medimos el poder en términos de la capacidad militar, tecnológica y económica de los países (Podhoretz), indudablemente, Estados Unidos es el país más poderoso del planeta; entonces, ¿por qué es incapaz de ganar sus guerras en el mediano y largo plazo?

 

La Guerra de Iraq de 1991, a la sazón, el último gran conflicto bélico del que Estados Unidos salió airoso, nos podría dar algunas pistas. Entonces, George H. W. Bush amasó una fuerza de medio millón de soldados con la finalidad estratégica de expulsar a Iraq de Kuwait. La misión fue un éxito --Mission accomplished!--; el emirato fue liberado, el ejército invasor, diezmado y, además, se establecieron zonas de exclusión en el espacio aéreo iraquí a fin de echar una mano a los rebeldes kurdos. Con la autopista 80 completamente despejada, era muy tentador seguirse recio hasta Bagdad pero tal audacia no estaba en los planes del muy prudente commander-in-chief, so

 

Cosa muy distinta ocurrió en Afganistán, en 2001 y en Iraq, en 2003, donde los líderes políticos en turno no se fijaron finalidades estratégicas concretas o si lo hicieron, las fueron modificando conforme avanzaban las guerras. En el primer caso, la misión era privar de su base de operaciones a Osama bin Laden y a al-Qaeda, y dar una ayudadita a los muyahidines para derrocar a los talibanes pero terminaron queriendo rediseñar el Estado afgano; y en el segundo, era deshacerse del supuestamente armado hasta los dientes Sadam Husein y terminaron correteando insurgentes y abriendo nuevos frentes contra el EI y contra el Ejército de al-Mahdi, las PMF y demás milicias proiraníes. En ambos, los estadounidenses carecieron de una eficiente planeación de las posguerras; no previeron los peligros de las ocupaciones y, por supuesto, tampoco, rutas de salida que no parecieran de huida. A golpe de ocurrencias, fueron sumergiéndose más y más, y más…

 

La improvisación en el frente tuvo un efecto demoledor en la moral, en casa; mientras más errática parecía la estrategia político-militar para resolver los conflictos, más chocantes ante la opinión pública iban volviéndose estos. Los votantes estadounidenses empezaron a verlos como inútiles; comenzaron a cuestionarse la necesidad de arriesgar la vida de los suyos en quién-sabe-dónde y el papel de su país en el mundo, y peor, su excepcionalidad. El ánimo popular se tradujo en la elección de dos presidentes profundamente introspectivos, America-first Donald y Retreatin’ Joe, quienes coincidieron que era preferible tragarse un mojón que seguir pagando el elevado costo político de dos empresas muy impopulares.

 

Aunque su decisión de terminar las guerras de Afganistán e Iraq parece acertada desde el punto de la opinión pública, dicho sea de paso, en el futuro podría resultar problemática; a aquel que renuncia al poder, decía Paz, “por un proceso fatal de reversión, el poder lo destruye”. Mientras Estados Unidos se entretenía en sus guerritas tontas, China le comió el mandado en otros escenarios; su repliegue militar podría, pues, envalentonar a la superpotencia global emergente a devorarse --¡ñam!-- el mundo entero.

 

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