Sucedió en las nuevas oficinas de la Secretaría de Gobernación frente al Mercado la Acocota, Ardelio Vargas Fosado estableció allí un centro de inteligencia para mantener la gobernabilidad de Puebla, era un pequeño CISEN, como el que dirigió de 1994 al 2000, pero con los avances tecnológicos de la época.

El jefe era el mismo, pero con una experiencia de 27 años que quedó tatuada con varias recomendaciones de derechos humanos, quizá el político mexicano que más acumuló en su carrera, principalmente por el trato a migrantes centroamericanos durante los cinco años que fue titular del Instituto Nacional de Migración, pero también por la masacre de Atenco en 2006 y por la represión en Chignahuapan en 2011.

Sólo su círculo más cercano sabe si el tiempo cambió al jefe Ardelio, pero su perfil de tipo rudo y represor ayer cambió y se mostró sensible. Lloró frente a su equipo de la Subsecretaría de Gobernación de Puebla al momento de despedirse.

Su mensaje fue emotivo. Dejó claro que no se quería ir, pero las formas lo obligaron: Barbosa renovó 26 delegados de la Secretaría de Gobernación, y no lo tomó en cuenta. Se molestó. De inmediato presentó su renuncia, pero el gobernador no se la aceptó.

Fue una semana de distanciamiento, hasta que ayer el gobernador informó en su mañanera que Ardelio se separaba de su cargo por motivos estrictamente personales.

Todavía Barbosa le dedicó elogios, “muy experimentado, muy leal, que hizo un gran desempeño”. Después de eso, Ardelio reunió a su gente y se despidió, lloró, no contuvo las lágrimas, pues su plan era retirarse en ese puesto, quizá, hacer las cosas bien, con respeto a los derechos humanos, pero ya no le dio tiempo.