Lunes, 06 de Mayo del 2024
Martes, 07 Septiembre 2021 04:45

La tiranía de las minorías: ¿garantes de sus derechos o sus rehenes?

La tiranía de las minorías: ¿garantes de sus derechos o sus rehenes? Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

En “La democracia en América” (1835), la obra que lo catapultaría a los altares de la ciencia política, Alexis de Tocqueville, treintañero francés a quien adjetivos como ‘liberal clásico’, ‘aristocrático’ o ‘ultramonárquico’ le quedaban mejor que una levita del lujoso Bazar de l’Hotel de Ville, estudia con cierto escepticismo la democracia en Estados Unidos, sus debilidades y sus fortalezas. Entre aquellas, destaca lo que John Stuart Mill, John Adams o James Madison llamaban la tiranía de las mayorías, el riesgo de que, con el mismo despotismo de un tirano, la porción numéricamente mayor de la sociedad impusiera su visión de Estado a la menor.


 

Los últimos artículos publicados en este espacio (“Leer a Lorca en lenguaje inclusivo” y “Del boom del 68 a la generación de mazapán: el derecho a la intolerancia”) me animan a hacer una reflexión tocquevilleana: como la estadounidense de mediados del s. XIX, la incipiente democracia mexicana tiene debilidades y fortalezas; entre aquellas, más que la tiranía de la mayoría, porque tengo confianza en la bondad y la sabiduría del pueblo, me inquieta la de las minorías, la posibilidad de que porciones numéricamente menores de la sociedad pero con excesiva capacidad de persuasión impongan arbitrariamente sus intereses particulares sobre el interés general.

 

La tiranía de las minorías es un peligro consumado, ya sucede; en algún momento todos la ejercemos. Se observa que en las sociedades superdinámicas actuales se puede pasar de ser parte de la mayoría a serlo de alguna minoría y viceversa a una velocidad pasmosa; que un día se le exige a los gobiernos tomar medidas de interés general y al otro que lo hagan sin afectar determinados intereses particulares. Todos tenemos dentro un hipócrita que desea, por ejemplo, que haya buenas escuelas pero que difícilmente aceptaría que una se instalara en su colonia por no tener que soportar el tráfico que generan en hora pico y el griterío de los niños al salir de clases, y al señor de las papitas recargadose en el capó de tu coche.

 

Siempre que alguna minoría quiera imponer sus puntos de vista, ya sea para obligar a la reubicación de una buena pero muy molesta escuela o a la cancelación de una cervecería, un aeropuerto o una conferencia de Conapred en la que participe Chumel Torres, desplegarán lo mejor de su arsenal persuasivo: organizarán protestas con cartulinas de colores, darán lastimeras entrevistas en los noticieros amarillistas de su preferencia y difundirán desesperadas peticiones en change.org; pero donde en serio tendrán eco es en el ciberespacio, la plaza pública de nuestros tiempos, donde las causas más insignificantes pueden adquirir dimensiones exageradas y a golpe de retuits alcanzar suficiente masa crítica como para poner a los gobiernos contra las cuerdas en cuestión de horas.

 

Las minorías han descubierto que un poquitín de ciberpresión social es suficiente para forzar una agenda pública favorable, que los gobiernos nos preocupamos tanto por cuidar nuestra imagen que casi preferiríamos ceder de antemano a las exigencias más ridículas a dialogar, a explorar acuerdos o, en última instancia, a dar un manotazo sobre la mesa en pro del interés general, y que los políticos parecen menos deseosos de echarse un torito que de prolongar sus carreras. Nadie parece dispuesto a asumir el costo político de la toma decisiones controversiales, pues…

 

Gobernar implica tomar en cuenta la opinión de las minorías, por supuesto, pero hacerlo bajo el chantaje de éstas es antidemocrático. Los gobiernos debemos ser garantes de sus derechos, no sus rehenes.

 

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