Viernes, 29 de Marzo del 2024
Martes, 26 Enero 2021 03:56

Espurio Joe

Espurio Joe Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La semana pasada, Espurio Joe rindió protesta como el 46o presidente de Estados Unidos. En una Washington DC sitiada, desde el otro lado de un grueso cristal antibalas, el Felipe Calderón de esos rumbos recibió un país a punto de la ruptura. Decir que la superpotencia ha perdido su inocencia es un eufemismo tentador pero inadecuado porque ésta nunca se ha caracterizado por su candidez; simplemente, el espejo le ha devuelto su verdadero feo rostro, el de una república cuyo pacto social hace mucho que está quebrado --Fuck their institutions!--.


 

La república americana prevaleció, a pesar de todo, pero la democracia de la que tanto se ufanaban nuestros vecinos colapsó pública, estrepitosamente. Filias y fobias aparte, elíjase la causa: el establishment ejecutó exitosamente un fraude electoral contra el presidente o el presidente fracasó en su intento de (auto) golpe de Estado. O acaso hayan ocurrido ambas tragedias; acaso los primeros embarazaran urnas y alteraran el sentido de la votación con los algoritmos de Hildebrando (Dominion Voting Systems), y se confabularan con los medios de comunicación para hacer campaña sucia al mismo tiempo que el segundo extorsionara a legisladores y a funcionarios electorales, y sopesara invocar la ley marcial para forzar la repetición de las elecciones. En ese contexto, el rocambolesco asalto al Capitolio adquiere dimensiones superconspiranoicas: cui bono.

 

En tales condiciones, Espurio Joe adolece de toda legitimidad de origen (constitutiva, electoral-legal): no tiene la capacidad de obtener obediencia de parte de la mitad de sus gobernados sin necesidad de coaccionarlos; es decir, no hay consenso social amplio sobre su autoridad. En lo inmediato, puesto a elegir entre dar un manotazo legitimador sobre la mesa o legitimarse paulatinamente mediante el ejercicio cotidiano del poder, el nuevo presidente parece inclinado a ser una versión light de Cicerón quien en idénticas circunstancias intentó hacerlo mediante la muy romana fórmula de “Aquí solo mis chicharrones truenan”:

 

Todavía no se ha descongelado el septuagenario presidente y ya ha firmado una batería de órdenes ejecutivas que revocan algunas de las decisiones más polémicas de su antecesor, obligando, por ejemplo, a admitir transexuales en las fuerzas armadas, a cancelar el gasoducto Keystone XL (para enfado del corrupto Trudeau) o a reincorporar a Estados Unidos al Acuerdo de París y a la sinófila OMS. La Orden ejecutiva No. 1 (100 Days Masking Challenge), la cual obliga a usar cubrebocas en propiedad federal, es especialmente interesante. La medida es tan antagónica a las adoptadas por su predecesor para combatir al COVID-19, que se antoja de muy difícil cumplimiento. (Damnatio memorie).

 

Consciente del daño ¿irreparable? a la reputación de Estados Unidos en el mundo, por otro lado, la nueva encarnación del Tío Sam seguramente meterá duro el pie en el exterior --en México, a lo Isaac Terrazas-- a fin de recuperar el protagonismo cedido los últimos años. En ese sentido, lanzar bombas contra un enemigo real o simulado para unir en una emocional causa común a la opinión pública --Glory! Glory! Halleluja!...-- no es descartable. Esta opción suena especialmente seductora considerando que el anterior líder del mundo libre profesó un pacifismo merecedor de un Premio Nobel: Trump no solo no inició nuevos conflictos sino que prácticamente concluyó los que heredó. Estos días hay más soldados desplegados en la capital de Estados Unidos que en Afganistán e Iraq.

 

Si Espurio Joe no hallara la forma de legitimarse, sus adversarios no sólo no se moderarán sino se radicalizarán. En ese río revuelto ya navegan, ganones, los herederos políticos del trumpismo (¿Ivanka 2024? ¡Uf! Al tiempo).

 

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