Jueves, 25 de Abril del 2024
Miércoles, 20 Octubre 2021 01:52

La trampa de Tucídides

La trampa de Tucídides Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La historia nos enseña que las grandes guerras ocurren sin importar cuán inimaginables sean, cuán catastróficas puedan ser o cuán estrechos sean los vínculos políticos, económicos y culturales entre las naciones rivales, y que para zafarse del conflicto ‘se necesita una poca de gracia y otra cosita’: Austria y Prusia eran naciones hermanas, integrantes de la Confederación Germánica; Rusia y Japón contaban décadas de buena vecindad y el káiser Wilhelm se declaraba “partially british”. La codependencia económica entre Estados Unidos y China no sería, pues, un escollo insalvable en el camino hacia la guerra.


 

(Re) inaugurada una nueva era caracterizada por la confrontación entre Estados Unidos y China, se hace de lectura obligada “The Thucydides Trap: Are the U. S. and China headed for war?” (2015), de Graham Allison, artículo en el cual el politólogo de Harvard explora la posibilidad de que la rivalidad entre las superpotencias escale a una guerra abierta. La trampa de Tucídides, explica Allison, se basa en los apuntes del historiador ateniense del siglo V a. C., quien dio cuenta del patrón fatal de eventos que condujeron inevitablemente a la Guerra del Peloponeso, del cambio brusco en el balance de poder entre Esparta y Atenas, de la incompatibilidad de los sistemas de valores que cada ciudad-Estado defendía y de los escalofríos que provocaban en unos las ambiciones de los otros.

 

Patrones similares encontramos, por ejemplo, en los conflictos relativamente recientes entre Austria y Prusia en el s. XIX, o entre Rusia y Japón o el Reino Unido y Alemania a principios del s. XX, y en muchos otros donde una potencia hegemónica establecida ha sido desafiada por otra en ascenso. Tal es el caso de los estadounidenses, quienes, a decir de Alllison, han disfrutado de “medio siglo de paz y prosperidad sin precedentes”, y los chinos, cuyo crecimiento ha sido tan rápido, tan global y tan significativo en todos los ámbitos “que no nos han dado tiempo de asombrarnos”. (Sirva para ilustrar lo anterior un dato demoledor: desde el 2000, cada tres años China utiliza tanto cemento como Estados Unidos ¡en todo el siglo pasado!).

 

La historia nos enseña que las grandes guerras ocurren sin importar cuán inimaginables sean, cuán catastróficas puedan ser o cuán estrechos sean los vínculos políticos, económicos y culturales entre las naciones rivales, y que para zafarse del conflicto ‘se necesita una poca de gracia y otra cosita’: Austria y Prusia eran naciones hermanas, integrantes de la Confederación Germánica; Rusia y Japón contaban décadas de buena vecindad y el káiser Wilhelm se declaraba “partially british”. La codependencia económica entre Estados Unidos y China no sería, pues, un escollo insalvable en el camino hacia la guerra.

 

La historia también nos enseña que la mayoría de aquellas comenzaron casi accidentalmente: la Guerra austro-prusiana detonó por un malentendido en Dinamarca; la Guerra ruso-japonesa se originó por una disputa por el control de Port Arthur, en China, y la Primera Guerra Mundial arrastró al mundo al abismo tras el asesinato de un archiduque austríaco en Bosnia. Sin ser fatalistas, pues, conviene prestar mayor atención a lo que ocurre últimamente en Hong Kong, en Filipinas o en Corea del Norte, donde manda un hombrecito adicto al emmental, a los videojuegos y a las armas nucleares, y especialmente a lo que ocurra en Taiwán, donde la tensión continúa in crescendo.

 

Actualmente, China aventaja a Estados Unidos en todos los ámbitos excepto en uno: en el militar. Indudablemente, los estadounidenses son el país más poderoso del planeta. Normalmente esto bastaría para disuadir a los chinos de emprender alguna acción contra sus intereses, pero los últimos acontecimientos ─la vergonzosa huida de los gringos de Afganistán─ podrían animarles a morder un poco más sin riesgo de ser represaliados.

 

A medida que la tensión entre estadounidenses y chinos continúe aumentando y no existiendo otros elementos disuasorios claros que desalienten la escalada, una contención militar efectiva, conflictos indirectos que contribuyan a liberar presión o foros internacionales donde dirimir las diferencias política y diplomáticamente, en fin, el margen de error se reducirá. Cualquier paso en falso podría desencadenar la serie de eventos que conduzcan a la guerra. ¿Podrán, entonces, librar la trampa de Tucídides, la guerra? (¿Querrán?)

 

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