Sábado, 02 de Agosto del 2025
Martes, 02 Febrero 2021 01:08

Puebla, sin tauromaquia

Puebla, sin tauromaquia Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La tauromaquia es un lugar común en muchos hogares de México. El mío no era la excepción: los toros y los toreros estaban presentes en el aceite de oliva Manolete, en los deportes con el joven Murrieta, en el primo al que, en su debut en la Plaza México, Colaborador casi le arranca una oreja. La fiesta brava, decía Ernest Hemingway, cuya obra me salta encima desde el librero en forma de oportuno recurso literario, es el más esquizofrénico placer culposo:


 

Muchos, como Hemingway, hallarán en el ruedo, a la vez, el arte, la belleza, el honor de los toreros (Fiesta, ¿Por quién doblan las campanas?) y la “inmoralidad indefendible [de la fiesta]” (Muerte en la tarde).

 

Frente a la postura titubeante del escritor borracho se alza --alcemos-- la voz del teólogo moralmente superior. animalista por antonomasia, Leonardo Boff señala que el trato que damos a los toros, a los animales, en general, depende fundamentalmente de la concepción que tenemos de nosotros mismos: si nos consideramos el ápice de la evolución o los más fregones de la creación divina, tenderemos a mercantilizar nuestro medio natural; en cambio, si nos reconocemos como los más humildes integrantes de la inmensa comunidad de la vida, coexistiremos en armonía con él. Esta es la senda que González Martínez anduvo descalzo, “por no herir a las piedras del camino”; la que defendieron con su vida Homero, Samir o Baldenegro.

 

El amor de Boff a todas las criaturas [sic] se resume bellamente en su Padre nuestro de niños y perros, en la historia de esos niños que “mueven y remueven, quitan y ponen, y reparten con los perros el pan podrido que encuentran en la basura”. Después de ver por primera vez el terrible espectáculo de los arrabales brasileros, cuenta, la comida empezó a saberle amarga y solo volvió a saberle dulce cuando la compartió con los hambrientos, sin importar su especie.

 

Puestos, como él, a compartir con los animales no pan rancio pero ciertos derechos elementales que en su caso están contenidos en la Declaración universal de los Derechos del animal (1978), muchos gobiernos locales han comenzado sinuosos procesos legales para prohibir la tauromaquia. Estas disposiciones no serán sino el reflejo fiel del paradigma social que desde mediados de los 70, ha venido imponiéndose a la anacrónica tradición taurina. Las transiciones hacia nuevos sistemas de valores no suelen ser tersas, se sabe.

 

 

A fin de rebajar tensiones sociales, en democracia, todas las voces deben ser escuchadas. Si bien la opinión de las minorías nunca debe imperar sobre la de la mayoría, tampoco ésta debe simplemente pasar por encima de las otras: en el ejercicio democrático debe existir una genuina disposición a consensuar. A veces no se puede y hay que recurrir a la matemática pura y dura, y sanseacabó, pero nunca debería descartarse a priori explorar terceras vías. En el caso de la tauromaquia, me pregunto --que conste que nomás pregunto--: ¿podría pactarse una solución a la balear, permitiendo las corridas pero prohibiendo maltratar a los toros? (Si incluso eso rechazaran los taurinos, se resolvería la paradoja hemingweyiana; si eso, se fundiría su traje de luces, se derrumbaría su fama de artistas y se certificaría la de sanguinarios, advierto).

 

Abierto mundialmente el debate local sobre la tauromaquia, por cierto, el penúltimo en opinar (de lo que no le importa) ha sido ‘El Juli’, señoritingo extranjero que desde el otro lado del charco se siente con el derecho a exigir al Ayuntamiento de Puebla “respetar nuestras tradiciones” (¿“nuestras”, Kimosabi?). Que ama a la ciudad por su tauromaquia, jura. Vete desenamorando, mata’or:

 

#PueblaSinTauromaquia

 

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