Jueves, 25 de Abril del 2024
Jueves, 02 Diciembre 2021 03:21

Los nuevos indignados

Los nuevos indignados Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

En España, por ejemplo, ocasionaron una serie de protestas (Movimiento de los Indignados, 15-M)


 

La Crisis financiera de 2008 originada por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos comprometió de tal manera los sistemas financieros mundiales que los gobiernos debieron destinar ingentes cantidades de dinero para evitar su colapso. A fin de disponer de suficientes recursos para salvar a los bancos debieron aplicar medidas de austeridad durísimas; los recortes en el gasto público afectaron a la educación, a la cultura, a la salud, al sistema de pensiones, a los servicios públicos, a los programas sociales.

 

Como era de esperarse, las medidas de emergencia encontraron en las calles una feroz resistencia; en España, por ejemplo, ocasionaron una serie de protestas (Movimiento de los Indignados, 15-M) que muy pronto adquirieron una fuerte connotación política. La frustración de un sector importante de la población con los partidos políticos tradicionales, el PP y el PSOE (PPSOE) provocó una profunda crisis se legitimidad que de no haber encontrado rutas de escape institucionales como el novedoso atrapatodo Podemos quién sabe cómo hubiera evolucionado. El hombre-masa, advertía Ortega y Gasset, “es pura potencia del mayor bien o del mayor mal”.

 

Una década después, España (digamos España por no decir Europa, el mundo entero) aún está lejos de superar aquella crisis política... y ya se asoma a otra: de un tiempo a la fecha, el miedo y la ansiedad provocados inicialmente por el COVID-19 se han transformado en rabia; las imágenes cursilonas --rayanas en patéticas--, de los abuelos interactuando torpemente con sus nietos a través de la pantalla del ordenador o de los confinados aplaudiendo al personal sanitario y cantando Resistiré, resistiré desde sus balcones han sido sustituidas por las más crudas de las protestas contra un gobierno que se muestra cada vez más intolerante al disenso. La pandemia, pues, ha dejado de ser romantizada y sus consecuencias han comenzado a observarse en su terrible magnitud.

 

No hay que ser muy avispados para darnos cuenta que el cambio en el estado de ánimo de los españoles (de los europeos, ¡de todo el mundo!) se debe fundamentalmente al estrés crónico que padecen; la crisis sanitaria ya ha durado demasiado, todos los esfuerzos han sido inútiles y casi se nos han acabado las ideas para superarla. Los seres humanos afrontamos mejor las crisis cuando creemos que son pasajeras, se sabe; desde que el primero de nuestra especie descubrió, aliviado, que el Sol siempre reaparece en el firmamento tras la noche, en los momentos críticos nos asimos a estribillos fijos esperanzadores del tipo “Al mal tiempo, buena cara”, “No hay mal que dure cien años” ni “que por bien no venga”. Después de dieciocho meses de hacer de tripas corazón, cuando sobra mucho mes al final del sueldo, los ahorros se han agotado y la novia te ha cambiado por otro con mejor conexión de internet, no obstante, ya no hay cabida para el optimismo.

 

Como el español, la mayoría de los gobiernos, en fin, han fallado en reconocer que la imposición reiterativa de medidas draconianas para atenuar los problemas más urgentes normalmente genera, con el tiempo, otros más importantes. La prolongación quién sabe qué tan necesaria de la crisis económica y social mediante la aplicación de una nueva serie de restricciones sanitarias so pretexto de la detección en Sudáfrica de una variante del bicho cuya peligrosidad a decir de la sinófila OMS sería “extremadamente alta”, podría, pues, dar la puntilla a una sociedad que ya se encuentra al borde del quebranto.

 

Ómicron, le han llamado al subtipo de la gripe que amenaza, dicen, con devolvernos a la fase más dramática de la crisis. Y si no es este, seguramente será otro; el alfabeto tiene veinticuatro letras y ¡ay, apenas vamos por la decimoquinta!

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