La Gran Guerra del norte, el conflicto que durante la primera mitad del s. XVIII enfrentó al Imperio Ruso y al Imperio Sueco por el control del estratégico mar Báltico, se decidió en Poltava, un importante centro comercial en el corazón de Ucrania. La batalla es considerada uno de los eventos determinantes de la historia moderna europea; la victoria de los rusos frente a los temibles suecos y sus no menos atemorizantes aliados ucranianos implicó para aquellos no sólo asegurar su supervivencia sino consolidar su influencia regional y establecerse como una nueva gran potencia.
Mientras Carlos XII e Iván Mazepa cruzaban el Prut en dirección al exilio, Pedro El Grande, observando pletórico cómo las interminables estepas ucranianas se abrían a sus pies más allá del Dniéper, como a Moisés el mar, redactó su testamento político, un documento estratégico que daría forma a la política exterior rusa durante los siguientes tres siglos. “Encontré a Rusia hecha un riachuelo y la he convertido en un tempestuoso río”, inició el zar. “Mis sucesores harán de ella un mar cuyas aguas inundarán Europa”.
Pedro El Grande esbozó un plan maestro que reflejaba fielmente “el cambio lento pero inevitable del equilibrio de poderes en Eurasia” (Jean Meyer); consciente del papel que Rusia desempeñaría en el nuevo orden mundial, el insaciable zar trazó la ruta para la conquista de Europa, del mundo, mediante la desestabilización, la división y el sometimiento de las naciones vecinas. En una época en la que ser un autócrata no era tan grave, el autócrata de todas las rusias, “de la grande (Rusia), de la pequeña (Ucrania) y de la blanca (Bielorrusia)”, escribía a sus sucesores, aconsejándoles “mantener al pueblo ruso en estado de guerra permanente para tener al soldado aguerrido; dejarlo descansar sólo para mejorar las finanzas del Estado y rehacer sus ejércitos; y luego, ¡volver a atacar!”
A fin de asegurar sus fronteras, el siguiente ataque, escribía el zar, a renglón seguido, debería ser contra República de las Dos Naciones, la mancomunidad polaco-lituana, un país inmenso que ocupaba la mayor parte de lo que actualmente son Bielorrusia, Polonia, Ucrania y los países bálticos y el cual, efectivamente, sería desmantelado en el transcurso de las siguientes décadas debido a sendas invasiones por parte de una improbable alianza de austríacos, prusianos y rusos. Escribió, pues:
“Es preciso dividir a Polonia; influir en sus congresos, corromperlos para participar en la elección de sus reyes; hacer entrar en su territorio a nuestros soldados con algún pretexto y mantenerlos ahí hasta que su permanencia pueda ser definitiva”.
Pedro El Grande nunca escucharía hablar del pivote geográfico de la historia de Halford Mackinder pero comprendía bien que “quien controla el este de Europa (Bielorrusia, Ucrania) controla el heartland, (Rusia) y quien controla el heartland, controla el mundo” (Democratic ideals and reality, 1919). La teoría mackinderiana rozó la obsolescencia al final de la Segunda Guerra mundial al implementarse exitosamente estrategias de disuasión que hicieron imposibles nuevas grandes guerras europeas, sin embargo, incluso en nuestros tiempos sus fundamentos continúan vigentes:
Hoy, Ucrania vuelve a ser la llave para la conquista de Rusia, ya no mediante la guerra convencional sino mediante la desestabilización con consecuencias catastróficas de su vecindario geopolítico, algo que el actual zar, por supuesto, no puede permitir. Tic, tac...
