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Jueves, 03 Febrero 2022 01:35

A 30 años del 4F: las raíces del latinoamericanismo del s. XXI

A 30 años del 4F: las raíces del latinoamericanismo del s. XXI Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El mundo conoció a Hugo Chávez, el primero de los integrantes del MBR-200 que hizo el solemne juramento ante el mítico samán


 

En la madrugada del 4 de febrero de 1992, en Venezuela, un grupo de mandos medios de las fuerzas armadas integrados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) intentó sin éxito dar un golpe de Estado. Los golpistas habían jurado ante el Samán de Güere no claudicar “hasta no ver rotas las cadenas que oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos”, lo cual fundamentaba alzarse en armas contra el corruptísimo gobierno de Carlos Andrés Pérez cuyas medidas económicas de corte neoliberal enriquecían a una minoría rapaz al tiempo que mataban de hambre a la mayoría de los venezolanos.

 

A la mañana siguiente, el mundo conoció a Hugo Chávez, el primero de los integrantes del MBR-200 que hizo el solemne juramento ante el mítico samán; no lo supimos enseguida pero el teniente coronel que se presentaba ante las cámaras con la casaca empapada en sudor después de una larga jornada de combate no tardaría en inscribir su nombre en la historia latinoamericana. El objetivo de su acción, confesó, era forzar un cambio de régimen, es decir, desmantelar las anquilosadas estructuras de poder que durante casi medio siglo habían sostenido a los gobiernos gringófilos de AD y COPEI (Pacto de Puntofijo), de modo que de haber triunfado su empresa los perjudicados no hubieran sido solo el presidente y sus socios sino sus patrones en Estados Unidos.

 

Los rumores del golpe fallido --a la sazón, un golpe raro en un continente en el que los tanques normalmente circulaban por la derecha--, recorrieron, pues, Latinoamérica como un escalofrío; los dichos de Chávez no aclaraban si aquellos eran los estertores de la Guerra Fría o el primer clamor de un nuevo conflicto ideológico que resonaba en lo profundo de los cuarteles. En ese tenor, al tiempo que analizaba las implicaciones sociales de la implementación del Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN), el entonces senador José Ángel Conchello se preguntaba si lo ocurrido en Venezuela era “la acción tardía de una época ya superada o el anticipo de futuras tormentas sociales” (El TLC: un callejón sin salida, 1992).

 

Cruzándose con el parcialmente acertado Fukuyama, Conchello, más atinado, suponía que el intento venezolano de visibilizar el subcontinente podría significar el mayor desafío antiimperialista concebible, lo cual, a la vuelta de una década, al acceder al poder por la vía de las urnas el propio Chávez y una miríada de gobiernos izquierdistas que eventualmente se constituirían en sus aliados (clientes, satélites), probaría ser correcto.

 

El 4F, en fin, abriría de par en par las grandes alamedas para que Latinoamérica avanzara en la dirección correcta; como alcanzó a vislumbrar Conchello, la rebelión de Chávez ponía sobre nuestra mesa los primeros indicios de un modelo ideológico autóctono con el cual nuestra región podría desarrollarse políticamente no más como el patio trasero (¡ni delantero, Joe!) de nadie sino como dueña de su propio destino y verdadera protagonista del s. XXI.

 

A la vuelta tres décadas la mística chavista referente a la lucha contra la tiranía, a la construcción de instituciones políticas nacionales y supranacionales propias, y a la búsqueda común de la felicidad ha arraigado profundamente en las entrañas continentales. Estas consideraciones merecen otra taza de café, un capítulo aparte. Otro día, con más calma.

 

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