Domingo, 19 de Mayo del 2024
Martes, 15 Febrero 2022 01:26

El gran incendio de Moscú

El gran incendio de Moscú Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La misma noche en que Napoleón entró a Moscú se declararon los primeros incendios, los cuales al cabo de unos pocos días consumirían dos tercios de la ciudad.


 

La primera imagen que me viene a la mente al evocar la Invasión napoleónica del Imperio ruso en 1812, es la de Napoleón batiéndose en retirada; es la del emperador enfermo, la del caballo famélico, la de los soldados sumergidos hasta la cintura en el fango congelado. El General Invierno siempre ha sido un poderoso aliado de Rusia, se sabe. Sospecho, no obstante, que a fin de restarle méritos a los rusos, suele atribuírsele a éste un papel exagerado en sus victorias. No fue su severidad, pienso, sino los aciertos en el campo de batalla de Barclay de Tolly, primero, y Kutúzov, después, los que condujeron a los franceses a su gélida tumba.

 

Comprensiblemente renuentes de enfrentar en campo abierto a la Grande Armée, el ejército más formidable ensamblado hasta entonces, los comandantes rusos optaron por evitarla en la medida de lo posible y mejor, replegarse hacia lo profundo de su territorio destruyendo tras de sí todo lo que pudiera serle de utilidad a los invasores. Así pues, conforme se adentraba en la ‘ratonera’ estirando a cada paso un poco más sus líneas de suministros, el ejército napoleónico no iba conquistando más que bodegas vacías, puentes derruidos y ciudades abandonadas; en ese lamentable estado encontró Vítebsk, Smolensk y finalmente, ay, Moscú.

 

La misma noche en que Napoleón entró a Moscú se declararon los primeros incendios, los cuales al cabo de unos pocos días consumirían dos tercios de la ciudad. De acuerdo con distintas fuentes –viéndose reflejado en el espejo chamuscado de Darío, quien habiéndole declarado la guerra a Idantirso no había obtenido de éste ni combate ni sometimiento sino todo lo contrario—, el emperador habría exclamado, impresionado: “¡Lo han hecho ellos mismos, qué extraordinaria resolución! ¡Son escitas!” (Métivier, Séguier). Y habría añadido luego, más reflexivo: “¿Cómo puede combatirse semejante heroísmo?” (Del Olmo).

 

Las causas del gran incendio moscovita siguen siendo discutidas hasta nuestros días; si bien, es cierto que una ciudad construida mayormente de madera, sin un departamento de bomberos funcional, y desierta salvo por miles de extraños reunidos en torno a hogueras baratas era propensa a la tragedia. La mayoría de los historiadores coinciden en que efectivamente, fue provocado por sus propios habitantes doblados en saboteadores a fin de privar a aquellos de un refugio para soportar el invierno.

 

La quema de la antigua capital imperial fue, pues, el último acto de coraje de los líderes políticos y militares rusos, pero también el mayor sacrificio de ciudadanos comunes y corrientes que prefirieron morir de frío en la intemperie a ser vasallos de un rey extranjero; las llamas que arrasaron la ciudad confirman, pues, lo escrito por Lev Tolstoi, en “Guerra y Paz”: para los rusos, la guerra era una experiencia terrible pero necesaria para forjar su soberanía ante al empeño imperialista del diablo corso.

 

Releída a la luz de nuestros días, la obra de Tolstoi adquiere un enorme significado; la narración minuciosa de la gesta de una nación que a lo largo de su historia tres veces ha librado grandes guerras patrióticas para evitar su aniquilación y otras tantas ha salido victoriosa es de lectura indispensable para comprender los motivos que desde hace dos décadas la empujan a la cuarta. Con la mirada puesta en lo que ocurre en estos momentos en Ucrania, desempolvémosla. y que estos días se prepara, con idéntico ímpetu, para hacerlo nuevamente su soberanía.

 

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