Domingo, 19 de Mayo del 2024
Martes, 01 Marzo 2022 01:53

El sueño de Nabucodonosor

El sueño de Nabucodonosor Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La súbita desmitificación de la invencibilidad de Rusia ha motivado la decisión de sus enemigos de enviar a la cuasi heroica Ucrania algo más que buenas vibras y la del zar ruso, de elevar el tono de sus amenazas a alturas desesperadas, en consecuencia.


 

Hay un viejo adagio, autoría de Churchill, creo, que dice que Rusia “no es tan fuerte como parece ni tan débil como aparenta”. Corriendo los primeros días de la Guerra ruso-ucraniana, me viene a la memoria esa imagen del ídolo del sueño de Nabucodonosor que golpea tan fuerte como se tambalea; la visión terrible que me asalta de pronto es la del gigante de pies de barro que tras tropezar con un pequeño promontorio bajo el cual se oculta un poderoso imperio se derrumba, rompiéndose en mil pedazos.

 

Entretenidos, dedicando a las víctimas de la nueva guerra las plegarias que no merecen las de otros dramas que no están tan de moda, es fácil perder de vista cuán trascendental para la historia humana es lo que últimamente ocurre en un conflicto del que la semana pasada nadie estaba al tanto y estos días todos se creen expertos. Acosada desde todos los frentes, una nación antigua, en la que nunca se ha puesto el sol y que durante la mayor parte de los últimos tres siglos ha sido una gran potencia mundial, pudiera estar encaminándose a su colapso:

 

Durante años, Rusia se preparó para este momento; a fin de mitigar el castigo ejemplar que le llovería en forma de sanciones políticas y económicas cuando cruzara el Rubicón de invadir Ucrania, recortó el gasto público, acumuló divisas, reorientó su comercio hacia otros mercados. Tales paliativos sólo funcionarán si sus ciudadanos tienen cierta disposición al sacrificio, cosa de la que no estoy tan seguro, al contrario, pienso que las demostraciones de rechazo a la guerra que se observan en las principales ciudades rusas podrían volverse contra el régimen como parricida puñalada por la espalda tan pronto las medidas comiencen a surtir efecto o antes, si desde el frente de batalla no llegan pronto buenas noticias.

 

En Ucrania, la otrora superpotencia no la está pasando bien; al día de hoy, no ha podido interrumpir las líneas de comunicación enemigas, establecer superioridad aérea ni tomar ninguna ciudad importante. Nadie pensaba que aquello sería un paseo, pero tampoco que sería un viacrucis; los informes más alarmistas señalan que los rusos estarían dejándose en el camino tantos soldados, vehículos y aeronaves cada día como en todas las guerras que han librado en la última década junta. ¿La última gran guerra patriótica? Pues parece no marchar como se esperaba.

 

La súbita desmitificación de la invencibilidad de Rusia ha motivado la decisión de sus enemigos de enviar a la cuasi heroica Ucrania algo más que buenas vibras y la del zar ruso, de elevar el tono de sus amenazas a alturas desesperadas, en consecuencia. Puestos los rusos a matar o morir, es inevitable pensar que ante nuestros ojos abiertos como platos de Lomonosov pudieran estar cosechando en los trigales ucranianos una victoria cadmea que implique, a la vez, la obtención de sus objetivos tácticos pero una catástrofe estratégica de proporciones bíblicas.

 

No es mi intención analizar en este momento las gravísimas consecuencias a mediano o largo plazo que conllevaría para aquellos cavar en Kiev su Stalingrado, pero sí dejar para la reflexión que, si tal pesadilla se hiciera realidad, los cientos de muertos por los cuales algunos se desgarran ridículamente las vestiduras hoy pudieran convertirse en cientos de miles mañana.

 

 

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