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Miércoles, 11 Mayo 2022 03:05

La defensa de Puebla, de Vicuña Mackenna

La defensa de Puebla, de Vicuña Mackenna Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El sitio de 1863, escribe Vicuña Mackenna, emocionado, constituye una de las grandes epopeyas americanas; sólo la gran alianza moral cívico-militar que en Puebla plantó cara a los franceses explicaría, según él


 

La primera vez que leí a Benjamín Vicuña Mackenna fue indirectamente a través de un ensayo de Humberto Morales titulado “La acción legislativa del Ayuntamiento poblano en tiempos de la ocupación imperial”, publicado con motivo del 150 aniversario del Sitio de Puebla. Durante igual número de años, la obra del chileno, “La Defensa de Puebla”, por el general Jesús González Ortega (1864), ha sido de consulta obligada sobre el sitio cuya desgraciada conclusión conmemoraremos no sé con cuánto entusiasmo próximamente.

 

Vicuña Mackenna ya era un referente cuando se estableció en Puebla, exiliado; condenado a muerte in absentia tras la fallida revolución de 1851, pasó brevemente por la ciudad a la que describe tan bella como rebelde, dividida en enormes manzanas desiguales y de edificios de mil colores de cuyos balcones colgaban plantas de todo tipo. El libro que esta noche canicula no quema mis dedos sino mis retinas es un relato fidedigno de un pueblo que era demasiado libre y, por ende, a los ojos de las cortes europeas, un tanto salvaje… era, hasta que —¡pum!— “el cañón de la Francia civilizadora tronó en su recinto”:

 

El sitio de 1863, escribe Vicuña Mackenna, emocionado, constituye una de las grandes epopeyas americanas; sólo la gran alianza moral cívico-militar que en Puebla plantó cara a los franceses explicaría, según él, “el buen ánimo y la constancia con que los poblanos disputaron no solo sus fortalezas y almenas sino sus hogares frente a un enemigo que arrastraba tras de sí un tren de guerra capaz de subyugar cien ciudades semejantes”. Los acontecimientos de aquellos meses fueron, sentencia, “algunos de los más preclaros en los anales de la América republicana e independiente”.

 

El desenlace del asedio, reconoce Vicuña Mackenna, sin embargo, no estuvo a la altura de las expectativas americanas; la rendición inerme de los defensores de la ciudad fue decepcionante para los adictos a la sangre de los mártires que esperaban desde la comodidad de sus cafeterías que, agotadas las municiones y las esperanzas, los invencibles hijos de Cuauhtémoc se envolvieran en la bandera nacional y se lanzaran en una última carga de bayoneta contra los masiosares. “Hubo más resignación que heroísmo en la última resolución de los defensores de Puebla, quienes abnegaron el sacrificio aunque no, la gloria”, concluye, intentando mantenerse ecuánime.

 

Otros, en su caso, difícilmente resistirían la tentación de sumergir a los derrotados en las profundidades de la ignominia con la misma ligereza con la que en mejores circunstancias los elevarían, victoriosos, a los alteres patrios, observo, pero Vicuña Mackenna evita juzgarlos veleidosamente; muestra de ello es la reivindicación parcial del vilipendiado jefe del Ejército de Oriente, en cuyo parte de guerra basa su obra y cuyos aciertos en Silao o en Calpulalpan suelen ser opacados por sus sabidos desaciertos en Puebla.

 

No fueron tanto sus errores en la defensa de nuestra ciudad, sospecho, empero, como el atrevimiento de adversar a su jefe, en Chihuahua, lo que casi borró al político doblado en general del ejército de la historia oficial. Peor suerte correría su “valiente hijo de Oaxaca”, quien en aquellos días aciagos que nos ocupan se batía como león en el claustro de San Marcos, pero esa es otra historia.

 

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