Jueves, 25 de Abril del 2024
Martes, 17 Mayo 2022 04:32

Visión fantasmal del héroe del 2 de abril

Visión fantasmal del héroe del 2 de abril Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

No exageraba aquel al afirmar que, desde entonces, Díaz se perfilaba como “la mayor esperanza de México”; solo tres años después de ser sitiado, asediaría él, con mejor fortuna.


 

Hace rato que perdí el interés en la conversación; si, como afirma Facundo Cabral, la vida es demasiado corta como para desperdiciarla quedándote donde no quieres estar, bueno, me estoy tardando… Me rescata del aburrimiento la visón fantasmal de unos caballos que bajan del cerro de San Juan y se dirigen a galope en dirección al antiguo convento del Carmen. Terrible indigestión me estará provocando la cena que, ay, alucino al mismísimo Porfirio Díaz—sin el don, aún—al mando de su ejercicio, camino a retomar Puebla.

 

Vuelto el tiempo siglo y medio atrás, desaparecidos los rascacielos desocupados y las aceras resbaladizas, y el karaoke de la esquina, ante mis ojos abiertos como platos de talavera poblana vuelve a cobrar vida la avenida del Vencedor, llamada así por los hechos de éste día. Luego, dicho sea de paso, por instrucciones del propio Díaz, la avenida más emblemática de la ciudad, símbolo de nuestra belle époque, se renombrará en honor Benito Juárez, colocándose en su centro una estatua de Abraham Lincoln que silba por las noches y tiene un balazo en el glúteo derecho, consecuencia de su duelo contra cierto pariente borracho; pero volviendo al tema...

 

La lectura de la obra de Vicuña Mackkena, de la cual he hablado antes, me ha animado a escribir de corrido y distraerme nuevamente de los asuntos de veras importantes para dedicar unas líneas innecesarias al héroe del 2 de abril. No hallé en ella más que un par de referencias sobre Díaz pero son lo suficientemente intrigantes como para reavivar mi interés en el llamado “valiente hijo de Oaxaca”, quien durante el desgraciado Sitio de Puebla, se habría batido en el patio del claustro de San Marcos, en el centro de nuestra ciudad, según el autor, “más que como hombre, como león.”

 

No exageraba aquel al afirmar que, desde entonces, Díaz se perfilaba como “la mayor esperanza de México”; solo tres años después de ser sitiado, asediaría él, con mejor fortuna. La batalla cuya conmemoración sería durante muchos años la máxima fiesta mexicana, contribuyó como ninguna a la derrota de los franceses y a la restauración de la soberanía nacional, y constituyó la mayor aportación real de los poblanos a la causa de la República. ¡Maravilloso colofón, este, de un lustro en el que nuestra ciudad fue el epicentro mundial de los grandes acontecimientos políticos, ideológicos y militares!

 

Tales hazañas, sin embargo, casi desaparecieron de los libros de texto al asumir Díaz el rol de villano en la historia oficial; parte de ellas se han depreciado a la par que la imagen del antagonista de la Revolución mexicana, hito fundacional del sistema político, cuyo espíritu está tan vigente como el país, hambriento y sediento de justicia pero cuyas pasiones más agudas hace tiempo que se han templado. Considerando esto, me pregunto:

 

Acercándose el bicentenario del natalicio del susodicho, ¿será posible emitir, por fin, un juicio justo sobre su figura? (Y en lo que nos toca a los poblanos, ¿qué, le homenajearemos en el Palacio Municipal que inauguró o recuperaremos los antiguos nombres de la 2 y de la 3 poniente?)

 

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