Viernes, 19 de Abril del 2024
Martes, 24 Mayo 2022 04:02

Carranza, el referente filosófico imprescindible

Carranza, el referente filosófico imprescindible Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

No es tanto por esa supuesta simpatía sino por las sabidas malas condiciones en las que los llamados neoporfiristas nos dejaron, empero, que se sostiene la hipótesis de que la revolución pacífica del 18 no es otra cosa que la continuación de la consumada por Carranza; la renovada búsqueda de la justicia social tiende, pues, entre la cuarta y la tercera transformación de la vida política de nuestro país un arco braudeliano perfecto.


 

En lo profundo de la sierra de Puebla, pasando La Unión y casi llegando a Villa Juárez se encuentra Tlaxcalantongo, un pueblito de unos pocos miles de habitantes que subsisten a duras penas gracias a la venta de café y al turismo rural. En aquel lugar fue asesinado Venustiano Carranza en mayo de 1920; para entonces, internada en el laberinto serrano, la reducida comitiva presidencial hacía días que el traslado ordenado de la sede del gobierno había adquirido el carácter de desesperada huida. En esas dramáticas circunstancias perdió la vida quien fuera el primer jefe de la Revolución mexicana.

 

Seguramente no hallemos entre los líderes de la Revolución a ninguno tan decisivo como Carranza; de todos, ninguno contribuyó tan determinantemente para acabar con los resabios del antiguo régimen —proeza que se observa desde la firma de los Tratados de Teoloyucan—ni tuvo mayor misión—“[…] establecer la justicia…—y visión de Estado—…para lograr el equilibrio de la conciencia nacional” —que el Barón de Cuatro Ciénegas. El muy talentoso político coahuilense, sin embargo, equivocó feamente su estrategia sucesoria, lo que motivó el Plan de Agua Prieta y éste, a su vez, el alzamiento del general González Garza y la persecución de Guajardo, y finalmente, la vileza de un don nadie en aquel pueblo maldito.

 

Pasado más de un siglo del asesinato de Carranza, a su figura histórica, así como a las de Madero, Zapata o Villa y a las de los demás que durante décadas sostuvieron ideológicamente el andamiaje del sistema político, se les está dando últimamente una ‘hojalateada’ a fin de remediar el desgaste natural producido por el paso del tiempo. Tal no fue producto exclusivamente de la acción del implacable Ometéotl, observo; no obstante, sino de la de un régimen que durante tres décadas infames se encargó de demoler los monumentos a los héroes de la Revolución y, peor, de desmantelar las conquistas políticas, sociales y económicas adquiridas tras la gran empresa nacional.

 

Carranza volvería a morir si reviviera y viera que los bastardos de la Revolución deshonraron el espíritu del Plan de Guadalupe profanando la sacralidad del sufragio efectivo, enriqueciéndose a costa del pueblo y sometiéndose a los grandes capitales extranjeros, y que a la Constitución que debería cimentar eternamente el edificio estatal la remendaron tantas veces que bien hubieran podido confeccionarse varias similares. Ante la gravedad de los hechos es difícil no advertir cierta afinidad entre quienes fueron apartados del poder a principios del siglo pasado y quienes se resisten a serlo en nuestros días.

 

No es tanto por esa supuesta simpatía sino por las sabidas malas condiciones en las que los llamados neoporfiristas nos dejaron, empero, que se sostiene la hipótesis de que la revolución pacífica del 18 no es otra cosa que la continuación de la consumada por Carranza; la renovada búsqueda de la justicia social tiende, pues, entre la cuarta y la tercera transformación de la vida política de nuestro país un arco braudeliano perfecto.

 

Las condiciones de injusticia si no provocadas, sí acentuadas por aquéllos, concluyo, hacen que las demandas y las reivindicaciones revolucionarias originales sigan vigentes y que los ideales carrancistas sean hoy un referente filosófico imprescindible.

 

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