Sábado, 20 de Abril del 2024
Martes, 31 Mayo 2022 02:43

El suicidio de Sophia

El suicidio de Sophia Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Incapacitada para trabajar, Sophia podría incluirse en la llamada clase inútil, un término popularizado por Yuval Harari para referirse a quienes no tienen acceso o tienen, pero no dominan las nuevas tecnologías y que, en consecuencia, en un futuro no tan remoto serán reemplazados por máquinas capaces de hacer cualquier cosa mejor que ellos.


 

Sophia había sido diagnosticada con cierta enfermedad que la hacía supersensible a los productos químicos comunes, como los del humo de tabaco o los de los jabones y detergentes. Durante años, ésta mujer de bajos recursos, sin un trabajo estable y hasta cierto punto, impedida por su condición de salud, solicitó al gobierno acceso a una vivienda que se ajustara a sus necesidades especiales; a principios de éste, luego de que su petición fue rechazada por enésima vez, suplicó la muerte asistida. Murió, asistida, hace un par de semanas.

 

Hasta donde sé, Sophia fue la primera persona que a pesar de no padecer una enfermedad terminal logró acogerse a las nuevas leyes sobre el suicidio asistido canadienses, cuya principal novedad es precisamente la relajación de sus criterios de elegibilidad. A fin de dejar constancia de su desesperanza, la malograda pionera grabó un vídeo en el que, entre otras cosas, carga contra el sistema que le facilitó la muerte tanto como le dificultó la vida: “El gobierno me considera una inútil, una quejosa, una basura prescindible—truena, alternando su tristeza y su enfado—en fin, un dolor de cabeza”.

 

Incapacitada para trabajar, Sophia podría incluirse en la llamada clase inútil, un término popularizado por Yuval Harari para referirse a quienes no tienen acceso o tienen, pero no dominan las nuevas tecnologías y que, en consecuencia, en un futuro no tan remoto serán reemplazados por máquinas capaces de hacer cualquier cosa mejor que ellos. El filósofo de moda sostiene que el mayor reto que enfrentarán los líderes mundiales del futuro será qué hacer con los analfabetas tecnológicos… y, siguiendo esa misma lógica, luego, uf, con los ancianos, los enfermos o los discapacitados, o con cualquiera que por su inutilidad no genere riqueza sino pobreza porque solo pueda subsistir pegado a la teta de los sobresaturados servicios de asistencia social.

 

Epicureista puro, Harari retoma la idea antigua opacada tras milenios de oscurantismo de que el propósito de la vida no es otro que la satisfacción razonable de los placeres y, por lo tanto, es incompatible con el dolor y el sufrimiento; colocándose en las antípodas de los muy populares Wojtyla, Kowalska o Teresa de Calcuta, asesina serial que torturaba a sus víctimas negándoles el acceso a medicamentos paliativos, el asesor estrella del Foro Económico Internacional ha (re)abierto filosóficamente la puerta al suicidio colectivo fomentado y patrocinado por padrastro-Estado como un mecanismo muy malthusiano de control social.

 

Las conclusiones de Harari, observó, preocupado, podrían influir en ambos extremos del espectro social; tales podría provocar una inusual aceptación del suicidio tanto entre quienes defienden a ultranza sus privilegios como entre quienes no pueden acceder a ellos. No tengo nada en contra del suicidio—al contrario, respeto a quienes, a diferencia del pusilánime de Job, eligieron cruzar su umbral porque quizá yo mismo lo haga algún día—pero sí, contra la idea de instrumentalizar su práctica a fin de que las élites mantengan su predominio sobre las masas.

 

Rechazo, pues, la sola idea de que los gobiernos cicateros renuncien a su obligación de salvaguardar la vida de sus ciudadanos prefiriendo picharle al pobre un shot de amargo pentobarbital a combatir su pobreza.

 

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