Viernes, 26 de Abril del 2024
Martes, 14 Junio 2022 01:37

Frankenstein o la tecnofobia

Frankenstein o la tecnofobia Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La tecnofobia no es, sin embargo, sólo un miedo infundado a las nuevas tecnologías sino uno fundado en que la emergencia de éstas suele implicar la pérdida de los medios de vida de sectores importantes de la población.


 

Hace no mucho tiempo, acompañando a cierta presidenta municipal a una gira por los arrabales de la ciudad, participé en el relanzamiento de una estrategia de seguridad cuyo componente más novedoso era una app que integraba los servicios de emergencia. Las cualidades del artilugio, a decir de sus inventores, eran dignas de presumir: agilizaría la respuesta de las fuerzas del orden, establecería un canal de comunicación efectivo entre éstas y los ciudadanos y los involucraría en el combate a la delincuencia.

 

La reacción de los asistentes ante semejante invento, no obstante, fue un simple “meh; el aplauso medio obligado era indicativo; pensé en alguna omisión técnica de nuestra parte. Los estudios de mercado sugerían que la mayoría de los ciudadanos tenían teléfonos inteligentes, pero a lo mejor éstos no contaran con el sistema operativo o con la memoria RAM necesarios para operar la app, o no pudieran conectarse a una red Wi-Fi estable, requisito que no satisfarían los puntos de acceso gratuitos distribuidos por la ciudad que, según la crítica, jalaban cuando querían y cuando no, no.

 

No fueron los problemas técnicos sino los culturales, concluí luego, los que finalmente ocasionaron el fracaso de la dichosa app. Estos suelen ser mayores, más difíciles de comprender y más aún de resolver, pero son previsibles: desde que Prometeo bajó del Olimpo trayendo el fuego y con él la ira de Zeus, los seres humanos hemos sido reticentes a adaptarnos a las nuevas tecnologías; surgida en lo más profundo de nuestro sistema nervioso central, la ansiedad que sufrieron los primeros humanos que vieron danzar llamas en el tallo de una cañaheja es similar a la que sufrimos los actuales cuando encendemos una computadora o viajamos en avión por primera vez, o la que asalta a mi abuela cada vez que Alexa le desea un buen día.

 

La tecnofobia no es, sin embargo, sólo un miedo infundado a las nuevas tecnologías sino uno fundado en que la emergencia de éstas suele implicar la pérdida de los medios de vida de sectores importantes de la población. Este fenómeno motivó a los rebeldes de Durham y Northumberland y a los seguidores del mítico Ludd, a quienes les dio por romper los telares, las máquinas de hilar y las trilladoras que revolucionan industrialmente a Inglaterra. El monstruo de Frankenstein, quien en aquellos años provocaba sus primeras pesadillas, más que simbolizar al padre anarquista de Shelley, representa el miedo del proletariado a una tecnología incomprensible e incontrolable que se cernía sobre sus puestos de trabajo.

 

La resistencia de los modernos luddianos, por supuesto, no evitará que los humanos transitemos hacia un estadio social dominado absolutamente por las nuevas tecnologías donde, por ejemplo, la innovación, la automatización y la digitalización de los servicios públicos ¿faciliten? los trámites más complejos; avanzado vertiginosamente hacia el futuro, tales nos rebasarán en un clic!... dejando tras de sí a miles de millones de tecnoanalfabetas que quedarán efectivamente excluidos de las oportunidades que brindan las ciudades, los países, ¡el mundo! (Léase: El tecnojardín harariano).

 

Considerando esto, creo, pues, que no es el sentido de urgencia sino el de la sensatez el que debería guiar dicho tránsito a fin, si no de evitar al menos sí de mitigar el desgarramiento social que se avecina.

 

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