Viernes, 19 de Abril del 2024
Martes, 28 Junio 2022 03:01

Solipsismo geocéntrico del hombre moderno

Solipsismo geocéntrico del hombre moderno Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Calcular los primeros 100 BILLONES de decimales de pi; sin embargo, es inútil desde un punto de vista práctico; como se sabe, bastan 10 para calcular con un margen de error de un milímetro la circunferencia de la Tierra


 

En geometría euclidiana, la letra griega pi (π) representa la relación entre la circunferencia y su diámetro, un número cuyo valor algunos seguimos truncando a sus primeros dos decimales: 3.14. Recientemente, los quisquillosos ingenieros de Google han precisado su valor calculando estos a 1012. El impresionante cómputo fue posible gracias a la utilización de sus supercomputadoras ininterrumpidamente, durante casi medio año. (Da vértigo sólo de pensar en la factura de la luz).

 

Calcular los primeros 100 BILLONES de decimales de pi; sin embargo, es inútil desde un punto de vista práctico; como se sabe, bastan 10 para calcular con un margen de error de un milímetro la circunferencia de la Tierra o 32 y 65 para calcular con similar exactitud la de la Vía Láctea y la del universo observable, respectivamente. ¿Por qué, entonces, llevar a cabo semejante empresa? Bueno, por fanfarronear... aunque seguramente, tales experimentos sirvan también para poner a prueba la capacidad de las máquinas o para darle a los matemáticos la oportunidad de estudiar el comportamiento de su número irracional favorito.

 

Una conjetura muy popular en la comunidad matemática es que del mismo modo que un número infinito de monos dedicándose a tundir teclas infinitamente tarde o temprano escribirán el Quijote, si desplegáramos infinitamente los decimales de pi, tarde o temprano encontraríamos en ellos algún patrón reconocible. Hasta el momento, no se ha encontrado nada más interesante que capicúas, números de teléfono o el punto Feynman pero mantiene altas las expectativas la idea de Carl Sagan de que algunos miles de billones de dígitos más adelante hallaremos una secuencia de ceros y unos que, al descifrarse, nos revelará el mensaje de alguna inteligencia superior.

 

Me llama la atención que, dados los recientes acontecimientos, la trama de Contacto (1985), la novela de ciencia ficción preferida de los ufólogos, no inspire las teorías conspiratorias más disparatadas. Hace no muchos años este tipo de ¿coincidencias? hubieran copado las primeras planas de la prensa sensacionalista de titulares del tipo: “E. T. llama a Page y Brin”, probablemente, al lado de otros igualmente llamativos relacionados con el reconocimiento por parte de las autoridades estadounidenses de avistamientos OVNI o con los enigmáticos comentarios que al respecto hizo cierto ministro chino, y arriba de una fotografía borrosa del chupacabras, pero hoy no merecen ni sus interiores.

 

No es sólo el descrédito de las investigaciones (pseudo)científicas ni, tampoco, la sabida predilección del hombre moderno por habitar ciudades en cuyo firmamento se confunden feamente luces de neón y esmog, pienso, empero, sino cierto engreimiento generacional el que origina esa abrupta pérdida de interés en el cosmos. Después de un largo periodo en el que la curiosidad nos empujó a explotar mucho más allá de nuestras narices planetarias, me parece que últimamente hemos regresado a un estadio solipsista geocéntrico en el que volvemos a creernos especiales.

 

Hijos rebeldes de los grandes astrónomos sumerios, egipcios o anasazis, reflexiono, medio apesadumbrado, estos días miramos poco al cielo y si lo hacemos, ay, rara vez es para preguntarnos humildemente sobre las maravillas que esconden otros mundos, si es que están habitados o si somos nosotros o ellos los amos del universo.

 

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