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Martes, 23 Febrero 2021 01:32

23F: Juancho, golpista

23F: Juancho, golpista Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Inmediatamente, muchos reconocieron al personaje caricaturesco que se encaramaba, pistola en mano, de la tribuna del Congreso de los Diputados. El mostacho, el tricornio, las dos estrellas en la manga. Antonio Tejero Molina –Tejero, a secas– era ajonjolí de todos los desavíos patrioteros: el heroico rescate de unas banderas incendiadas en Guipúzcoa, el paseíllo a un colega asesinado en Málaga, una ¿inocente? charla de café en el Galaxia. Conspirador por antonomasia, la tarde del 23 de febrero de 1981 el pintoresco teniente coronel de la Guardia protagonizaba el (pen)último intento de golpe de Estado en España.


 

El intento de golpe de Estado ocurrido hoy, hace 40 años fue el clímax de una crisis geopolítica interesantísima que llevaba tiempo incubándose entre Madrid y Washington, y cuyas causas más íntimas rara vez han sido investigadas. Excepcional, pues, es el relato que hace Pilar Urbano en La gran desmemoria (2014). Entonces, recuerda la autora, España venía saliendo de cuatro décadas de dictadura y transitaba a la democracia [sic] ¿ejemplarmente?, pero aún estaba muy lejos de encontrar su lugar en el concierto de las naciones, “el lugar señalado por la historia”, diría el palero monárquico-tradicionalista Pemán. Arrastrando un siglo de intrascendencia, el gran dilema nacional “era ser cola de león o cabeza de ratón; es decir, integrarse a la OTAN y someter su política exterior a los intereses estadounidenses o sumarse a los países no alineados apuntalado su neutralidad con una fuerza nuclear disuasoria propia”.

 

El gringófilo heredero de Franco, Juancho, era partidario de alinearse con Estados Unidos; Adolfo Suárez, quien era buen amigo de Arafat, de al-Gadafi y de Fidel, era partidario de mantenerse neutrales. Convertido Suárez en el principal obstáculo para que España ingresara a la OTAN, desde mediados de 1980, según los cálculos de Urbano, Juancho había estado cabildeando con los diputados a fin de sacar adelante una moción de censura para destituir al incómodo presidente del gobierno elegido democráticamente y sustituirle por Alfonso Armada, general de división y mejor amigo y consejero suyo. El plan impulsado por el rey, sin embargo, sería frustrado por el propio presidente al presentar su dimisión en enero de 1981, lo cual haría redundante la solución político-militar.

 

La sorpresiva dimisión del presidente del gobierno, quien ya se las olía, sacó de la jugada a los milicos, que pasaron de ser protagonistas de la salvación nacional a meros espectadores del golpe blando de los paisanos. Los frustrados salvadores, no obstante, compartían grandes ambiciones personales que esa noche, se impondrían al frío cálculo político: Tejero, ya se ha dicho, era un conspirador nato y Armada se veía a sí mismo como un moderno Primo de Rivera en torno al cual deberían adherirse una a una todas las capitanías generales –esa noche, sin embargo, sólo una lo haría: la de Valencia, comandada por el prestigioso Jaime Milans del Bosch, general monárquico que había jurado no morir sin intentar un cop d'Estat–.

 

Con los patines puestos, a por su lugar en la historia nacional, el par simplemente se dejó ir. O se dejó ir Tejero y Armada no tuvo otra alternativa que seguirlo –y tras ellos, Milans del Bosch, a bordo de un ruidoso M47 Patton que aplastaría las lajas de la Plaça de l’Ajuntament–:

 

–¡Quieto todo el mundo! –¡pum, pum!– ¡Al suelo!

 

El 23F, pues, no fue un golpe de Estado fallido sino el apéndice innecesario de un golpe de gobierno interrumpido que se había gestado meses antes entre La Zarzuela y la embajada estadounidense. A tantos años de aquello, sigue endiosándose al rey que, disfrazado de capitán general, evitó in extremis el golpe contra la democracia… que él mismo había puesto en marcha.

 

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