La renovación de los liderazgos de Morena ha decepcionado, pues existen morenas y morenos que se entusiasmaron con la idea del presidente López Obrador de abrir el partido para todos, incluso para los arrepentidos del PAN y PRI, pero al final quedarán los mismos.
Así se ha demostrado en los días recientes.
La elección de los 150 consejeros se está haciendo al mero estilo del viejo PRI: con baro, y en la mesa. Por eso salieron cuatro listas de aspirantes a congresistas, había quien salvaba a los que habían quedado fuera y hasta después de varios intentos quedaron todos los que estaban sentados satisfechos.
Las listas demostraron poca democracia, exhibieron, más bien, que los grupos tomaron decisiones para mandar mensajes de quién dejar fuera.
Le quitaron certidumbre y seriedad al proceso electoral, se rompió la convocatoria, no hubo seguridad jurídica.
Pero la hecatombe se verá el próximo sábado, cuando sea posible irse a afiliar y de inmediato votar improvisadamente por algún consejero que quizá ni se conozca.
Además, cómo votar por un consejero o consejera de entre 160 opciones que habrá en promedio. Se votará por el que les digan, por el que se pague.
El recurso que se reparte alcanza para el traslado, comida y todavía comprar la voluntad de personas que desconocen las entrañas del partido, del movimiento.
Todavía hay quien dice que fue bueno que el partido se abriera a la sociedad. Casi una burla.
Al final en Morena se apostará al olvido, pero es evidente que en aras de demostrar una democracia abierta, se demostró lo contrario: el control de los poderosos en turno.
Es tal la desilusión que ni siquiera impugnaciones de peso se han presentado ¿para qué? La militancia está dolida, decepcionada.
