Viernes, 26 de Abril del 2024
Martes, 02 Agosto 2022 00:19

Los centauros

Los centauros Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Los centauros no eran creaturas singulares sino duales sujetas: por un lado, a los instintos salvajes de su mitad posterior, la de la bestia, la de la fuerza bruta, la dotada de extremidades que fácilmente podrían descuartizar a una persona de complexión promedio; y por el otro, al razonamiento de la anterior, la del hombre, la de la idea, la de la inteligencia superior.


 

Hace mucho, mucho tiempo, las montañas de Tesalia, al este de Grecia, estaban pobladas por centauros, imponentes seres con la cabeza, el torso y los brazos de hombre pero cuerpo, patas y cola de caballo. Reconocidos por su buena puntería y por sus amplios conocimientos médicos y quirúrgicos, a pesar de tener fama de ser huraños y algo maleducados, no se les consideraba especialmente violentos... a menos, claro, que bebieran.

 

Los centauros eran famosos por hacer el feo en todas las fiestas a las que iban. Cierta vez fueron invitados a una boda en el país de los lápitas, en el valle del Tempe; ahí, luego de beberse hasta el agua de los floreros, se pusieron impertinentes y comenzaron a molestar a los meseros y a los otros invitados y, finalmente, trataron de raptar a la novia, lo que originó la guerra entre ambos, de la que da cuenta Homero en La odisea. Desde aquella borrachera épica, los Charlie Sheen de la mitología griega quedaron fatalmente asociados a la brutalidad, a la barbarie y a los excesos, lo cual quizá sea una conclusión un tanto injusta:

 

Los centauros no eran creaturas singulares sino duales sujetas: por un lado, a los instintos salvajes de su mitad posterior, la de la bestia, la de la fuerza bruta, la dotada de extremidades que fácilmente podrían descuartizar a una persona de complexión promedio; y por el otro, al razonamiento de la anterior, la del hombre, la de la idea, la de la inteligencia superior. De tal suerte, según desearan, podían ser tan criminales como Euritión, quien perdió la vida a manos de Teseo en el transcurso de aquella noche infame, o tan nobles como Quirón quien salvó la de Peleo, el padre de Aquiles, motivo por el cual los griegos le inmortalizaron en la constelación de Sagitario.

 

Observamos, entonces, que en los centauros coinciden la representación del poder en su forma más convencional, a la que se remiten la mayoría de los autores clásicos como Hobbes o Nietzsche, la de la capacidad de los hombres de imponer su voluntad mediante alguna forma de coacción; y una menos común, la que prefiere Gramsci, la de la capacidad de hacerlo mediante el consentimiento, es decir, la que se fundamenta en el liderazgo, en el reconocimiento o en la autoridad moral de los dirigentes, y la cual, dicho sea de paso, viene acompañada de mayores dosis de legitimidad.

 

Asomándose desde lo más profundo de aquellos bosques repletos de maravillas que coronaban las tierras de las que hablaban los antiguos poetas, los centauros se nos revelan, pues, no solo como una metáfora admonitoria sobre las consecuencias de beber demasiado sino como una invitación a elegir entre establecer nuestros sistemas de dominación mediante la fuerza o mediante las ideas.

 

¿Qué elegiremos, en fin, los hombres de por aquí cerquita: prevalecer con el músculo de los recursos infinitos con los que pueden comprarse lo mismo refrescos y tortas que conciencias o sin otra cosa en la mano que la razón y el derecho, y en la cara, que una sonrisa?

 

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