Viernes, 26 de Abril del 2024
Martes, 16 Agosto 2022 00:23

El apuñalamiento a Salman Rushdie

El apuñalamiento a Salman Rushdie Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

En un mundo cada vez más dominado por la moralina carteriana, concluyo, pues, es imperativo realzar la voz en defensa de la libertad de expresión, entendiendo, como John Stuart Mill


 

Las primeras versiones del Corán cuentan que, estando en La Meca, Mahoma cometió el error de convalidar la divinidad de ciertas diosas locales, cosa de la que se arrepintió inmediatamente alegando que había sido engañado por Satanás. El incidente revestía implicaciones gravísimas pues desmentía el dogma de la infalibilidad del profeta así que, en un burdo ejercicio revisionista, los llamados versos satánicos fueron eliminados de sus versiones posteriores, desapareciéndolos para siempre... hasta que Salman Rushdie los recuperó para titular su obra más controvertida.

 

En Los versos satánicos (1988), Rushdie ficciona, entre otros relatos no menos controvertidos, el de la broma pesada que el diablo le jugó al comerciante de la montaña, lo cual desató la furia de los musulmanes alrededor del mundo; el más furibundo de todos, Ruhollah Jomeini, declaró que la obra constituía una herejía y publicó una fatua condenando a muerte al autor y ofreciendo por su cabeza una recompensa multimillonaria que quizá estos días haya sido cobrada, al menos, parcialmente. El ayatolá no fue el único que lo puso en la picota; sin embargo, otros, por acomplejados, lo empinaron de peor manera.

 

En una editorial tan ruin como aquella fatua titulada Rushdie's book is an insult y publicada en The New York Times, Jimmy Carter reprendió públicamente a Rushdie por su insolencia; haciendo un llamado a “ser sensibles con las preocupaciones de los musulmanes” y a “procurar no ofender sus creencias”. El muy progresista ex presidente estadounidense lamentó que el escritor “no anticipara la horrible reacción del mundo islámico”, una idea que después reforzarían José Luis Rodríguez Zapatero y Receep Tayip Erdogan al aceptar que acciones similares “allanan el camino a la violencia” o Jorge Mario Bergoglio, al justificar ésta: “Si usted insultara a mi madre, podría esperar que yo le diera un puñetazo”.

 

Partiendo de la premisa de que tanto peca quien molesta con sus dichos como quien, en consecuencia, le asesta una docena de puñaladas, la infame editorial de Carter inauguró la era de las cancelaciones, la actual tendencia progre a excluir de la conversación todo lo que sea considerado políticamente incorrecto, lo cual, pienso, representa para quienes abrazamos una ideología caracterizada por la variedad de las ideas y por el cuestionamiento y el combate a las convenciones sociales preestablecidas un retroceso gravísimo puesto que nos conduce a una nueva forma de intolerancia: “Exprésese libremente, bajo su propio riesgo”.

 

En un mundo cada vez más dominado por la moralina carteriana, concluyo, pues, es imperativo realzar la voz en defensa de la libertad de expresión, entendiendo, como John Stuart Mill, que la finalidad del derecho a decir lo que nos venga en gana no es otra que la revelación de la verdad y que ésta no es alcanzable censurando las opiniones ni rehuyendo a la polémica, ya que, como razonaba él,

 

“si lo que se dice fuera verdadero, perderíamos la oportunidad de cambiar el error por la verdad y, si fuera erróneo, perderíamos un beneficio no menos importante: el de la impresión más viva de la verdad producida por su colisión con el error”.

 

Google News - Diario Cambio