Viernes, 17 de Mayo del 2024
Martes, 30 Agosto 2022 01:03

La Tercera Guerra mundial: tareas revolucionarias

La Tercera Guerra mundial: tareas revolucionarias Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Lenin identificó al imperialismo como la fase definitiva del capitalismo, en la cual, los oligarcas tenían la necesidad de obtener altas ganancias más allá de sus fronteras


 

Decía Manuel Díaz Cid que un libro que no está rayado es uno que no ha sido leído. Probablemente, en la vasta biblioteca del maestro no se hallará ninguno más pintarrajeado que el raro ejemplar de La Primera Guerra Mundial, de E. M. Zhukov (1960) que ésta noche regresa a mis manos y cuyas hojas maltratadas dan cuenta de su paso por las de otros lectores... y por las de mi sobrina, quien descubrió en ellas su vocación pintora.

 

Zhukov dedica su obra a analizar los pormenores de la Primera Guerra mundial, tanto los del frente como los de la retaguardia, donde tuvieron lugar agitaciones económicas y sociales que reflejaban las peculiaridades de una guerra motivada esencialmente, dice, por “las contradicciones imperialistas de las grandes potencias”, es decir, por la propensión natural de los regímenes capitalistas, principalmente, de los de Alemania, Estados Unidos y el Reino Unido, los cuales habían pasado de ser garantes de la libre competencia a instrumentos de la oligarquía empresarial-financiera que monopolizaba la económica nacional, de exportar capital infinitamente dentro de un sistema finito.

 

La guerra de 1914, razona, pues, Zhukov, tuvo que ver más con la fatalidad capitalista que con la defensa patria, cosa que señaló oportunamente Lenin al identificar al imperialismo como la fase definitiva del capitalismo, en la cual, agotada la posibilidad de obtener altas ganancias en sus propios países, los oligarcas tenían la necesidad vital de perseguirla más allá de sus fronteras. La guerra, entonces, se habría presentado como una competencia no entre las naciones sino entre los trust con el objetivo de hincar sus afilados colmillos en otros mercados para apropiarse de la fuerza de trabajo, de los medios de producción, de los recursos naturales ajenos (El imperialismo, fase final del capitalismo; 1916).

 

Observando el engaño, reflexionaba Lenin, los trabajadores del mundo tenían la obligación de oponerse a la guerra; colocados entre la espada de sus amos habituales y la pared de otros nuevos, estos no tenían otra escapatoria que rebelarse, no individualmente, por supuesto, porque algún capataz podría interpretar tal actitud como un acto de defección y hacer pasar por el paredón al intrépido individuo pero sí, colectivamente. Así pues, los diputados y los partidos políticos socialdemócratas debían, por ejemplo, sabotear el esfuerzo bélico votando en contra de los créditos de guerra y dando portazo a los gobiernos que los propusieran, o los soldados, en la medida de lo posible, fraternizar entre sí en el campo de batalla.

 

Tales tareas, concluyó Lenin, se englobaban en la misión superior de desenmascarar a los gobiernos imperialistas; exponiendo el rostro horrendo de la conquista, de la dominación y del saqueo que se escondía tras sus monigotes, la guerra se revelaría, predijo, como una mera consecuencia de las tensiones entre un puñado de señores de traje y corbata y, en consecuencia, como un fenómeno ajeno para la inmensa mayoría de la sociedad:

 

Ajeno, sí, para los obreros y los campesinos, e incluso para los pequeñoburgueses lectores de la prensa local que colgaban banderitas de sus balcones sin darse cuenta de que tampoco eran para aquellos más que carne de cañón. Y para ustedes y para mí, quienes, ay, en similares circunstancias, no somos precisamente un filet mignon.

 

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