Jueves, 17 de Julio del 2025
Martes, 06 Septiembre 2022 00:11

La escuela, reflejo de la sociedad

La escuela, reflejo de la sociedad Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La conferencia La escuela, reflejo de la sociedad, discute las deficiencias de un sistema educativo en el que se confunden en engañosa metonimia escuela y educación


 

La presentación en la Académie royale de musique de París, de La serva padrona, de Pergolesi causó enorme revuelo; al parecer, la Francia prerrevolucionaria no estaba lista para los espectáculos de comedia. Adelantado a su tiempo, Jean-Jacques Rousseau, al contrario, alabó públicamente la obra, destacando tanto sus cualidades artísticas y musicales como su valor educativo, pues, según el autor de Emilio o De la educación (1762), animaría a los niños a imitar los bailes de los actores, cosa que sería de enorme importancia para su desarrollo personal.

 

Rousseau dedica el mejor y más importante de sus libros a contar la historia de Emilio, un estudiante atípico, no el nerdo que toma dictado y memoriza nombres y fechas sino un ser social inquieto, parlanchín y amigable que seguramente aprendería más asistiendo a la ópera buffa del compositor pontificio que a los sermones dominicales de cierto presbítero saboyano. Las relaciones sociales, razona el autor, tendrían en la formación del estudiante una influencia más trascendental que la instrucción de sus maestros: “Desde que nace—dice—el niño ya es discípulo no del ayo sino de la naturaleza”.

 

Retomando las inquietudes de Rousseau, recientemente, los Doscientos Libres organizamos la conferencia La escuela, reflejo de la sociedad—sesión en la que, dicho sea de paso, contamos con la participación breve como misa de Zipoli aunque bastante menos excitante que el kyrie eleison del florentino de Alejandro Solalinde—, en la cual discutimos sobre las deficiencias de un sistema educativo en el que se confunden en engañosa metonimia escuela y educación, fundando, en consecuencia, premisas fraudulentas como que la educación comprende sólo ciertas etapas escolares o que la calidad de ésta se mide según se obtengan o no buenas notas o se completen o no engorrosos planes de estudio, nociones que, observamos, vician la interacción social de los estudiantes impulsándoles a una feroz competencia por integrar los cuadros de (des)honor.

 

Frente al egoísmo que el sistema nos inculca desde muy pequeños, coincidimos, es preciso no perder de vista que la finalidad de la educación no debe ser el éxito individual sino el colectivo; así pues, el hombre no debería educarse para sí mismo sino para sus semejantes, cosa, por cierto, muy adorniana. La revolución educativa que imaginamos relegaría a la escuela a una función auxiliar, acción que, a decir de Luis Benavides, desmontaría el dogma impuesto a reglazos desde el Banco Mundial y la OCDE, y reiterado irresponsablemente por sus esbirros neoliberales locales respecto a que ésta debe ser el centro de la enseñanza (Hacia un modelo de educación permanente, 2022).

 

Una educación que trascienda de los muros de la escuela no implicaría enviar a los niños al campo, por supuesto, pero sí, darles las herramientas necesarias para sobrevivir en un mundo que no es apto para los buenos salvajes y, lo que es más importante, para que, a pesar de sus inclemencias, puedan realizarse plenamente y sean agentes de su transformación, hazañas imposibles si los encerráramos física e intelectualmente entre cuatro paredes color verde pastel.

 

Solo a través de la educación por y para los demás, en fin, podríamos resolver la antigua contradicción entre la naturaleza del hombre amable con sus semejantes y con su entorno, y las instituciones corruptas en las que se desenvuelve; solo así, concluimos, el hombre podría ser verdaderamente humano.

 

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