Jueves, 16 de Mayo del 2024
Martes, 13 Septiembre 2022 00:24

El trono de Malthus

El trono de Malthus Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El hombre no es más que un cáncer que devora los recursos del planeta sin retribuirle otra cosa que gases de efecto invernadero y desechos sólidos


 

No exageran quienes afirman que Elizabeth Windsor fue la piedra fundacional del Reino Unido moderno; imperturbable, la reina fue un factor de estabilidad indispensable para que el país se repusiera de la doble desgracia de la pérdida de su estatus de superpotencia y del desmantelamiento de su imperio. No sorprenden, pues, los multitudinarios homenajes a quien fuera dueña de todos los cisnes del Támesis, los cuales, por cierto, han dado cuenta de la buena salud de la que goza la institución anacrónica que representó.

 

Embobados, los británicos—y algunos malinchistas que lloran la muerte de la reina como si fuera la de la abuela—festejan estos días el ascenso al trono de su nuevo rey, Charles Edimburgh—Charles III, para los adictos y Carlos, pa’los cuates—; quien pasados los 70 años se ha convertido en el jefe de Estado más anciano que haya tenido el reino. Muchos años debieron pasar para que sus nobles asentaderas se posaran en el trono de St. Edward; muchos, para que el mayor vividor del país programará el despertador antes del amanecer para salir a currar por primera vez en su maldita vida. Charles no desperdició el tiempo, sin embargo; mientras esperaba a que la naturaleza hiciera lo suyo, no todo fue jugar criquet y sembrar patatas:

 

Desde la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, Charles ha dedicado su vida a advertir sobre las catastróficas consecuencias que conllevaría el cambio climático, es decir, el aumento de la temperatura global debido a la acción del hombre; agorero ecoapocalíptico, ha sido, desde entonces, el principal promotor mundial del desarrollo humano sustentable. Considerando que el hombre no es más que un cáncer que devora los recursos del planeta sin retribuirle otra cosa que gases de efecto invernadero y desechos sólidos, es preciso, suscribe, “que los gobiernos garanticen un nivel sostenible de la población mundial”, o sea, “ajusten el tamaño de la población a un nivel consistente con la capacidad productiva del ecosistema” (Informe Bruntald, 1987).

 

La salvación planetaria mediante la extirpación del hombre es consigna familiar, se observa; de manera algo menos sutil, repiten el argumento el difunto duque de Edimburgh, quien bromeaba con que deseaba reencarnar en algún virus mortal para cargarse a la mitad de la población, o el flamante príncipe de Gales, quien asegura que el problema de África es que hay demasiados africanos, o el propio Charles, al calcular que “la humanidad necesita cuatro planetas como el nuestro para sobrevivir”. Los dichos del neomalthusiano más avanzado lo catapultan al cuadro de (des)honor de los misántropos: puesto que solo tenemos un planeta, se infiere que sobramos 6 mil millones de seres humanos.

 

Charles no está en la lista de los superfluos, por supuesto; quienes llegaron primero al reparto planetario pueden seguir teniendo tantos hijos como quieran mientras los rezagados nos atiborramos de píldoras anticonceptivas o de pentobarbitales, según sea el caso…

 

…y también, organizar parrilladas al lado de sus piscinas y cobrar cuantiosos cheques de Sustainable Forestry Management Ltd. mientras que el resto comemos insectos y nos bañamos cada tercer día, y sacrificamos el progreso clausurando nuestras fábricas y granjas. ¿“¡Proletarios del mundo, creced y multiplicaos!”? No, no; la Tierra ya está llena.

 

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