Viernes, 17 de Mayo del 2024
Martes, 25 Octubre 2022 00:58

El parto de los montes

El parto de los montes Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Las pocas nueces no han logrado empañar su imagen cuasiperfecta; todo lo contrario, los rumores, los chismes, los libelos no han hecho sino reforzar la creencia en su invencibilidad


 

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano, los montes comenzaron a hacer ruido como si fueran a parir. Inquietos, los habitantes de aquel lugar se preguntaban qué tipo de monstruo saldría de ellos y hacían planes para abortar su parto o acabar con la vida de la criatura a la que temían incluso antes de conocer su forma. Llegando el día, sin embargo, los montes no alumbraron a ningún horripilante engendro sino, ay, a un inofensivo ratoncito que salió de sus entrañas a toda prisa, tropezándose con su propia cola, chillando algo sobre auxiliar a cierto león.

 

Conociendo sus gustos literarios, seguramente, el presidente no tenía en mente la famosa fábula de Esopo sino la adaptación de Eufemio Romero cuando aludió a ella para atajar los cuestionamientos relativos al jaqueo a la SEDENA que le hacía la prensa; si eso, los periodistas que se desgarraban las vestiduras por la revelación de unos pocos terabytes de información comprometedora no habrían sido a sus ojos muy diferentes a los inocentísimos Lolilla y Felipito, quienes cierta vez armaron idéntico escándalo por la muerte de un insignificante mono. El parto de los montes, pienso, es el relato perfecto para un sexenio en el que todas las malas noticias se exageran.

 

Medida la gravedad de éstas no en términos de su contenido o de su trascendencia sino en función de sus consecuencias políticas, es decir, del daño que le hagan al presidente y a lo que él representa, tal afirmación podría considerarse como verdadera; a saber, ninguna le ha causado más que uno que otro moratón, “como dicen los que no saben de cardenales”. Viéndolo de ese modo se entiende que el primer refranero del país no se enrolle en las malas traducciones de Shakespeare cuando sentencia, minimizando las crisis más cabronas: “Mucho ruido y pocas nueces”. Verdaderamente, las pocas nueces no han logrado empañar su imagen cuasiperfecta; todo lo contrario, los rumores, los chismes, los libelos no han hecho sino reforzar la creencia en su invencibilidad.

 

A las pruebas (demoscópicas, electorales) me remito para asegurar que a pesar de los escollos normales que hemos encontrado en el empedrado camino de la transformación de la vida pública nacional, a pesar de la economía lastrada por las crisis globales, de la inseguridad rampante o de los vicios por todos conocidos que no obstante los esfuerzos hercúleos por erradicarlos siguen pervirtiendo el servicio público, el presidente mantiene el respaldo de la inmensa mayoría de los mexicanos, un cálculo estadístico que augura el éxito político y electoral del proyecto que encabeza.

 

No es mi intención analizar en éste momento los motivos antropológicos por los cuales el presidente podría dispararle a alguien en Paseo de la Reforma sin que eso necesariamente afectara la intención de voto de su partido pero sí, observar con fascinación profesional el caso del político extraordinario al que las críticas no lo despeinan ni lo aturden, y cuyo vínculo con sus huestes es como una trampa china que mientras más intenta romperse, más se cierra.

 

“Herido de muerte el sujeto, los principales analistas del país discuten si su agresor actuó o no en defensa propia; otros, los más radicales, sostienen que se trató de un montaje y sospechan de un compló urdido por los malvados neoliberales. Más información, mañana en la mañanera”.

 

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