Sábado, 27 de Abril del 2024
Martes, 08 Noviembre 2022 00:23

El virus del emprendedurismo

El virus del emprendedurismo Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El culpable de que los humanos gustemos de arriesgar la vida estúpidamente; incrustado en lo más profundo de nuestros cerebros, el parásito nos impulsaría a conducir a máxima velocidad, a tomarnos selfies al borde de precipicios o a cruzar la calle entre la 7 sur y la 13 poniente


 

La toxoplasmosis, la enfermedad causada por el toxoplasma gondii, es una de las enfermedades infecciosas más comunes en el mundo, a pesar de ello, no deja de sorprendernos. Estudios recientes sugieren que los animales infectados por dicho parásito son más propensos a tener un comportamiento contraintuitivo: las ratas tenderían a acercarse temerariamente a los gatos; los gatos, a los humanos; los humanos...

 

Una de las teorías pseudocientíficas más alucinantes sostiene que el t. gondii sería el culpable de que los humanos gustemos de arriesgar la vida estúpidamente; incrustado en lo más profundo de nuestros cerebros, el parásito nos impulsaría a conducir a máxima velocidad, a tomarnos selfies al borde de precipicios o a cruzar la calle entre la 7 sur y la 13 poniente. Peor aún, siempre según la teoría popularizada por el fabricante de chips BCI, Elon Musk, éste motivaría a nuestra especie a desarrollar inteligencia artificial aún a sabiendas de que dicha tecnología podría volverse en nuestra contra algún día.

 

Encontrándonos en lo más alto de la cadena trófica, no suena descabellado que los robots del futuro puedan ser nuestros depredadores naturales (Harari, Homo Deus: A brief history of tomorrow); alarmado, miro de reojo al smartphone, y a la CTV, abuelos de los terminators que algún día podrían volverme innecesario. “Si Alexa pudiera, me desinstalaría”, pienso, mientras me acerco sigilosamente a desconectarla. Al final de la noche, casi doy por buena la idea de Musk de que los humanos quizá no seamos muy diferentes a esos caracoles que, controlados por quién-sabe-qué gusano, escalan trabajosamente el tallo de las plantas, se tienden sobre sus hojas y estirando sus tentáculos, se ofrecen como desayuno a sus hambrientos depredadores.

 

Mis preocupaciones, sin embargo, pronto se dirigen hacia el problema más urgente de quienes, aunque se definen de izquierda, se sienten atraídos de manera similar por su principal depredador: el capitalista. Estos son los que celebran con el susodicho Musk el despido de la mitad de la plantilla laboral de Twitter so pretexto de ahorrarse unos cuantos dólares y los que ríen a carcajadas cuando el tío Richie pone en su lugar, vía el departamento de cobranza de Elektra, a algún moroso o los tiburones devoran de un bocado los sueños de sus víctimas. ¿Qué maldito bicho, me pregunto, los hace ponerse del lado incorrecto de la historia?

 

La fascinación por quienes representan todo lo opuesto a lo que defendemos desde éste lado de la acera, pienso, solo puede deberse a la inoculación en el organismo de los fascinados del virus del emprendedurismo, la creencia de que la prosperidad es producto de hercúleos esfuerzos individuales. Éste provoca que sus portadores se mimeticen con sus depredadores a tal grado que se convencen de ser como ellos, al menos, en potencia; craso error, noto: Marx, Engels o los comuneros de París nos enseñan que los Musk del mundo no hicieron sus fortunas currando 12 h diarias sino gracias a la explotación de la fuerza de trabajo, es decir, mediante el atropello de los derechos y de las libertades de los trabajadores.

 

Mareados por el lejano olor a césped de campo de golf recién cortado, los emprendedores, no obstante, se creen destinados a éxitos proporcionales a sus chingas; ya merito semejantes a sus ídolos de la tele, pierden el piso y la conciencia de clase, y, en consecuencia, claudican prematuramente en la lucha contra las injusticias sociales que ellos mismos, más temprano que tarde, ay, sufrirán en carne propia.

 

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