Domingo, 28 de Abril del 2024
Miércoles, 23 Noviembre 2022 00:12

Catar 2022: ¿por qué organizar la Copa del mundo?

Catar 2022: ¿por qué organizar la Copa del mundo? Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Mientras tanto, disfrutemos del espectáculo, a ver si así se nos olvidan los miles de trabajadores de la construcción cuya sangre ya mancha la blanquísima kufiya de quienes serán durante los siguientes días el insólito ombligo del mundo.


 

Hospedar la Copa mundial de fútbol de la FIFA puede parecernos una buena idea desde el punto de vista económico; la realidad, sin embargo, suele imponerse a las expectativas: la corrupción, los retrasos y los sobrecostos de los proyectos de infraestructura dejan a los países anfitriones nada más que deudas y hoteles y estadios semivacíos. Contemplando, atónito, el espectacular estadio Garrincha, en Brasil, transformado en espantoso estacionamiento, me pregunto: ¿por qué alguien, en su sano juicio, querría organizar una Copa del mundo?

 

La respuesta, como se imaginarán, tiene que ver más con el mejoramiento de la imagen pública que con los balances contables de los países sede; la organización exitosa del evento deportivo más importante del planeta refleja la madurez, la modernidad, las capacidades técnicas de estos. El prestigio es una inversión costosa, se sabe; en el caso de Catar, roza los ¡US$300 MIL MILLONES, casi diez veces lo invertido en los últimos siete mundiales juntos!… pero vale cada maldito centavo:

 

Catar, país de dudosa ubicación geográfica de apenas 12 mil km2 de territorio y 2.7 millones de habitantes, ha sido gobernado desde finales del s. XIX por la familia al-Thani, una casta de autócratas alérgicos a las elecciones, a los partidos políticos y a la libertad de prensa, y a todas esas cosas que en éste lado del globo terráqueo se nos hacen muy guay. Ningún analista deportivo necesitaría recurrir al VAR para concluir someramente que el objetivo de Tamim, el actual autócrata, sería, entonces, lavar su controvertido rostro ofreciéndonos el circo más costoso de la historia; personalmente, pienso, sin embargo, que más que intentar agradarnos lo que el emir busca es transmitirnos la visión de un país próspero y poderoso en sus propios términos.

 

Catar es un país inmensamente rico; sumergido en las cálidas aguas del golfo Pérsico, la diminuta península contiene las terceras reservas de gas natural más grandes del planeta. Gracias a los gaseodólares provenientes de China, India o Corea del Sur que rebosan las arcas estatales, los cataríes se han convertido en una potencia en una región históricamente dominada por Arabia Saudita; hinchados de efectivo para pagar sobornos o financiar medios de comunicación, organizaciones políticas o grupos terroristas, los nuevos ricos del Medio Oriente ejercen su soberanía a tal grado que en menos de dos décadas han pasado de ser Estado vasallo a rival estratégico de su vecino. Así pues, para los al-Thani, la realización del superevento significa, sobre todo, una reafirmación del nuevo estatus geopolítico de su país.

 

Soberbio, pues, Catar envía a propios y extraños, y particularmente a Arabia Saudita, el mensaje potente como balonazo al pecho de que merece un lugar especial en el concierto de las naciones. Paradójicamente, reflexiono, no obstante, al mismo tiempo que los cataríes buscan exportar su influencia mundialmente, cierran sus puertas—latigazo de por medio—a la influencia del mundo; colocados en una contradicción propia de película de Jamie Uys, quizá luego salgan a relucir los turbantes más sucios.

 

Mientras tanto, disfrutemos del espectáculo, a ver si así se nos olvidan los miles de trabajadores de la construcción cuya sangre ya mancha la blanquísima kufiya de quienes serán durante los siguientes días el insólito ombligo del mundo.

 

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