Jueves, 16 de Mayo del 2024
Martes, 20 Diciembre 2022 00:04

Zidane vs Materazzi: tragedia en el Olímpico de Berlín

Zidane vs Materazzi: tragedia en el Olímpico de Berlín Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Es innegable que nos impresionan más las historias sobre héroes caídos en desgracia que aquellas sobre los que salen victoriosos


 

Irremediablemente, cada cierto tiempo, nos viene a la memoria el cabezazo que Zinedine Zidane propinó a Marco Materazzi, en el Olímpico de Berlín, en 2006. Han pasado casi dos décadas, pero el último acto de la carrera de quien fuera no solo uno de los mejores futbolistas de la historia sino, también, el máximo exponente del fútbol-negocio y de la integración multicultural europea sigue perturbándome, perturbándonos.

 

La acción decisiva de la final de la Copa mundial de fútbol de la FIFA de Alemania sigue siendo tema de conversación; futboleros o no, el cabezazo de Zidane marcó a mi generación tanto como la pifia de Barboza marcó a la de mi abuelo o el doping de Maradona, a la de mi padre. Es innegable que nos impresionan más las historias sobre héroes caídos en desgracia que aquellas sobre los que salen victoriosos. ¿Acaso, me pregunto, no se ha escrito mucho más sobre ese cabezazo que sobre aquellos dos que el ídolo francés le coló a un portero brasileño o sobre aquel con el que rompió la red del marco defendido por otro, portugués?

 

Las tragedias nos cautivan, se sabe; pero ¿por qué?

 

A propósito de la tragedia de Zidane, el recientemente fallecido Javier Marías escribió un artículo muy interesante que podría ayudar a responder la pregunta que esta noche me golpea como un pelotazo en la nuca. En Un cuento para releer—el cual, irónicamente no puedo releer porque no soy suscriptor del pasquín donde escribía—, Marías destrozaba los convencionalismos sobre el éxito y el fracaso; irreverente, quien fuera uno de los filósofos más preclaros de los últimos tiempos invitaba a rechazar las historias con final feliz, Disney-like, y a abrazar, mejor, las de finales turbios, como las de Kubrik o Tarantino:

 

Las historias del primer tipo—la del ídolo que, entrado en años, se despide de las canchas levantando la copa y saliendo a volandas del estadio—escribía Marías, nos dejan satisfechos, contentos, pletóricos y las del segundo—la del hombre que enloquece en el momento más inoportuno y lo echa a perder todo—nos dejan intranquilos y molestos, y nos provocan pesadillas todas las noches; de tal suerte, razonaba, unas pueden leerse solo una vez antes de empalagarnos mientras que las otras pueden leerse una y otra, y otra vez sin hastiarnos porque conservan los ingredientes que las hacen adictivas, “el enigma, el misterio y, sobre todo, la posibilidad de fantasear con lo que hubiera podido ser y no fue”.

 

La fascinación humana por este tipo de historias, entonces, no se explicaría solo por su capacidad de conmovernos, es decir, de liberar nuestros mayores temores al proyectarlos dramáticamente en otros, identificándonos vívidamente con ellos antes de devolvernos violentamente, sanos y salvos a la realidad, sino porque, además, de algún modo, nos brindan la oportunidad de reescribirlas.

 

Torciendo sus renglones, en fin, la que escribimos sobre el futbolista derrotado no es muy distinta a la del borracho que tenía un futuro brillante, a la del héroe griego que murió en combate o a la del gobernador que lo hizo en su mejor momento; así, se incrusta profunda, eterna, bellamente en la memoria colectiva: se convierte en leyenda.

 

Google News - Diario Cambio