Sábado, 02 de Agosto del 2025
Martes, 09 Marzo 2021 01:15

500 años de historia nos observan

500 años de historia nos observan Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Al muy popular Napoleón, acaso para hacerlo mártir antes que héroe, el Directorio lo mandó a conquistar Egipto a fin de cortar la comunicación entre Gran Bretaña y la India. Llegando a África, el jovencísimo general se encontró con un ejército titubeante, agotado y sediento, y enfrente, a los mamelucos, los “audaces hijos del desierto” con fama de invencibles, quienes eran comandados por el temible Murad. Consciente del lugar histórico que ocupaba, de que su historia personal y la de Francia se escribirían entre esas dunas, arengó a los suyos: “¡Franceses, desde lo alto de estas pirámides, 5 mil años de historia los observan!” (“No nos avergüencen”, imagino que agregó, en voz baja).


 

A los integrantes del H. Ayuntamiento de Puebla no nos observan 5 mil años de historia, pero sí 500 nada despreciables, que se apilan en el Archivo Municipal; sobre nosotros se clava la mirada severa de Oliveros, Soto o Calahorra, y de los demás que nos antecedieron. (Cierta vez, alguno de ellos confundió la hache de “honorable” con la de “heroico”, recuerdo. Otro le corrigió el yerro cuasinapoleónico inmediatamente: “Somos honorables, regidor; no heroicos… aún”).

 

La penúltima modificación de un gobierno municipal que avanza hacia un proceso electoral crucial caminando sobre la cuerda del intento reeleccionista inédito inscribió en los anales los nombres de un cuarteto de regidores que a partir de la semana pasada, nos incorporamos al Ayuntamiento para reforzar el proyecto (cuarta)transformador nacional desde el ámbito local. En el clímax de la ceremonia protocolaria (¡Sí…) el nudo americano ahorca las cuerdas vocales provocando la ruptura (…protesto!); en el preciso momento en que Isabel de Portugal golpea al novel funcionario público con su abanico japonés, cae sobre sus hombros el peso de la responsabilidad histórica adquirida mediante mandato popular, una carga que habrá resultado acojonante para unos, seguro –¡ay, de ellos; pobres Sísifos condenados a sufrir la cuesta!– tanto como habrá sido liberadora para otros –¡dichosos quienes disfruten del paisaje!–.

 

El juramento, aunque ahogado, es la promesa pública y solemne de cumplir con los deberes políticos respecto al pueblo; es el compromiso de la palabra y ligada a ella, de la honorabilidad. En ese tenor, los servidores públicos, insiste hasta el cansancio el presidente, “deben honrar la palabra y cumplir el compromiso de no mentir, no robar y no traicionar la confianza de los mexicanos”. Acaso esos mínimos requisitos sean suficientes para acreditar la tarea; acaso con eso baste para regresar a casa satisfechos, con la frente en alto y la decencia intacta, como el jabirú que cruza volando el pantano sin manchar su plumaje.

 

Si bien es cierto que los adictos a la política tenemos cierta proclividad al misterio, al engaño, a los juegos de sombras, la ética profesional nos obliga a quitarnos las máscaras, a actuar transparentemente; ante el pueblo, nuestra mayor cualidad debe ser la predictibilidad: lo que se dice ¡se hace!

 

(Hay un lugar en el infierno para quienes, al contrario, deshonren la palabra empeñada, para quienes traicionen al pueblo: la segunda zona del noveno círculo, según Dante. Antenora, le llama. Ahí se hallan medio enterrados Tarpeya, quien abrió las puertas de Roma a los sabinos; el enclenque Efialtes, quien guió a los persas a través del paso de las Termópilas o Malintzin, la primera malinchista. Ahí habitarán también quienes rapiñen el patrimonio del pueblo, quienes malbaraten nuestras minas al extranjero y quienes prefieran rescatar a los bancos antes que al clima).

 

Al final del día, en fin, a lo mejor el servicio público sólo se trate de ser buena gente, de no ser ojetes.

 

500 años de historia, pues, nos observan.

 

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