Sábado, 02 de Agosto del 2025
Jueves, 18 Marzo 2021 01:55

La felicidad, según Tolstói

La felicidad, según Tolstói Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

–Y tú, Montserrat, ¿qué quieres ser de grande? –preguntó la maestra de preescolar.


 

–Quiero ser feliz –respondió la pequeña, muy convencida.

 

¿Qué tonterías decía esa niña de enormes ojos negros? ¿Por qué no querer ser doctora o astronauta, o cualquier cosa, que, a fin de cuentas, a esa edad todas las ambiciones profesionales son igualmente válidas? ¿Por qué no, maestra por el ITAM? ¡Tache a la niña!

 

La felicidad es la aspiración más genuina del ser humano. Lo sabemos de niños (“Nacemos buenos…) pero lo olvidamos de adultos cuando las pequeñas cosas que nos hacían felices, una pelota, un patio de recreo o un par de mejores amigos, son reemplazadas por otras pequeñeces, un pequeño buen salario, una pequeña fortuna o una pequeña villa en San Marino con una piscina más honda que la del vecino (…pero la sociedad nos corrompe”). El neoliberalismo, el estilo de vida que persigue las recompensas materiales en lugar del desarrollo espiritual, parafraseando a León Tolstói, “es la doctrina del mundo” –del mundo de los adultos, claro–.

 

El autor de “¿Cuál es mi fe? Iglesia y Estado (1891)”, observaba cinco condiciones generales para ser felices: gozar del sol, del cielo, del aire puro, de la naturaleza; tener salud; trabajar haciendo lo que nos gusta; convivir con nuestras familias y fraternizar con nuestros semejantes. No es lo mismo, empero, cumplir estos requisitos mínimos desde la comodidad de un retiro campirano como el de Tolstói que atorado en el tráfico a las 2 pm, ¿verdad? He ahí la finalidad de los gobiernos: la obligación de estos es generar las condiciones para que los ciudadanos puedan aspirar a ser felices. ¿Quién podría ser de veras feliz si no tiene acceso a la salud, a la educación y a una vivienda digna? ¿Quién, si debe colgarse del internet del vecino o si las calles le destrozan los amortiguadores y los campos de fútbol, las rodillas? ¿Quién, atrapado en el tráfico en hora pico?

 

Peor la pasan los ricos, señala Tolstói. Cuanto más ricos son los hombres, menos felices son, asegura: acumulan telas, piedras preciosas y maderas labradas pero no las contemplan bajo la luz del sol sino con alumbrado artificial; sufren enfermedades derivadas de la falta de trabajo físico, del estrés y de sus muchos excesos; tienen trabajos bien remunerados pero odiosos, familias con perrito pero que les son una carga y solo unos pocos verdaderos amigos.

 

El elemento central de la tesis del ruso ‘irreprochable’ es el último de los mandamientos de un ‘celebérrimo decálogo’: “No codiciarás”. Contrario a lo que mandata el muy simpático pero muy neoliberal John Carlin, Tolstói desprecia al codicioso. Su obra es una apología a la pobreza, a la sencillez del hogar, del vestido y de la alimentación, pero sobre todo es una crítica feroz a las fruslerías de los ricos. El autor no aborrece al rico porque sea rico sino porque es avaricioso: “¿Cuánta tierra necesita un hombre?,” reflexionaba quien murió en la cama más austera. “¡Dos metros de la cabeza a los pies y nada más!”

 

El culto a Mammón es la esencia del neoliberalismo. El modelo político-económico dominante durante medio siglo ha convertido la codicia, que era un vicio privado que quedaba entre el pecador y el cura, en una virtud pública digna de imitarse. Tolstói vomitaría al burócrata corrupto que utiliza su cargo para embolsarse un ‘dinerito extra’; al especulador que lucra con la necesidad de otros; a los Larrea, a los Servitje, a los Fernández Carbajal y a los demás empresarios evasores de impuestos.

 

(Los vomita, de hecho, todas las mañanas, a las 7 pero no nos hemos dado cuenta).

 

Google News - Diario Cambio