Sábado, 02 de Agosto del 2025
Jueves, 25 Marzo 2021 01:10

México, con hambre y sed de justicia

México, con hambre y sed de justicia Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Luis Donaldo Colosio se la fusiló a Francisco I. Madero y este, a Jesús, según Mateo; y Andrés Manuel López Obrador ha querido apropiársela a golpe de repetición. Llevada de boca en boca durante dos milenios, la frase se ha instalado en lo más profundo de nuestro vocabulario: México “tiene hambre y sed de justicia”. (Bienaventurado pueblo mexicano, ¿serás saciado? ¡Ay, Dios mío, tus promesas vacías de campaña, tus dichos de tus blanquísimos dientes pa’fuera! ¡Métete tu arcoíris por donde te quepa!)


 

La celebérrima frase nos remonta al 6 de marzo de 1994, al discurso de Colosio frente al Monumento a la Revolución. Poco se recuerda del motivo del mensaje del candidato presidencial del PRI, de su llamado a transformar al partidazo, a cambiar con responsabilidad, a aprender a ganar elecciones en competencia democrática y sin la complicidad del Estado, y mucho, de su paja, de su autocrítica de rigor, del reconocimiento de las cuentas pendientes de la Revolución y del obligado (y pactado) distanciamiento entre el presidente y su delfín, y del supuesto encabronamiento del primero que habría derivado en sangriento desquite contra el segundo, según la teoría conspirativa más popular.

 

El discurso de Colosio sigue vigente 27 años después como señal de que nada ha cambiado desde entonces. El México de los agraviados sigue vigente; los jóvenes siguen “enfrentando la difícil realidad de la falta de empleo”, las mujeres siguen sin tener “las oportunidades (y los derechos: #AbortoLegalYa!) que les pertenecen” y los obreros y los campesinos, sin encontrar “las respuestas que demandan”. La corrupción sigue campando a sus anchas; a pesar de los esfuerzos de barrido presidenciales, siguen “distorsionando la ley quienes deberían servirla”. ¡Ay, Colosio, seguimos muriéndonos de hambre y de sed de justicia!

 

La justicia social es una promesa convenientemente incumplida. Hasta hace no mucho, los compromisos electoreros se estrellaban cada elección contra la cruda realidad de su incumplimiento y cada elección se renovaban ingenuamente. Y así nos la llevábamos, elección tras elección; los maestros en el antiguo arte de dar atole con el dedo administraban los resultados de gobierno de modo que pareciera que cada vez estábamos mejor que antes pero no tanto como para plantearles nuevas demandas. Siempre, la misma imagen trasnochada, la del Juan Vargas de por aquí cerquita levantando un solitario poste de luz y proclamando pomposo que ahora sí, la modernidad llegaba a San Pedro de los Saguaros.

 

Avanzado su tercer año de gobierno, la cuatroté, el proceso político-social que más altas expectativas ha generado en las últimas décadas, está muy, muy lejos de materializar el anhelo histórico de justicia social. Acaso, llevados por la emoción, hayamos creado la ilusión de que solucionaríamos los problemas estructurales de México en dos patadas (“Que no haya ilusos para que no haya desilusionados”, diría Gómez Morin); acaso hayamos fallado en comunicar la magnitud del reto, que los procesos (cuarta)transformadores requieren de tiempo, esfuerzo y paciencia. (“No esperaba nada de ustedes y aun así me decepcionaron”, me revirará alguno más avispado. Esa discusión, luego).

 

En realidad, la justicia social, el estadio social idílico donde todos los ciudadanos gocen de igualdad de derechos y de oportunidades, y puedan desarrollarse plenamente, donde puedan de veras aspirar a ser felices, es una utopía. Como su nombre lo dice, esa no-lugar nos es inalcanzable: avanzamos dos pasos y ella retrocede dos pasos, avanzamos cinco pasos y ella retrocede cinco pasos, echamos a correr tras ella diez pasos y ella huye de nosotros diez pasos. Entonces, ¿pa’qué nos sirve la utopía? Bueno, pues para eso: ¡para avanzar!

 

A la vuelta de los años, en fin, la imagen de Colosio ha sido magnificada y sus palabras, aunque conservan dolorosa vigencia, exageradas. Al final, solo sus promesas son su legado.

 

(Las mejores promesas son esas que no se pueden cumplir, dicen)

 

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