Y es que después de 12 a 15 meses de encierro y de vivir de otra forma, la vida planteó nuevos retos y deja serias y riesgosas secuelas.
Y esto es fácil de identificar, la sociedad mexicana, como la del resto del mundo ha enfrentado problemas de insomnio, ansiedad, depresión, irritabilidad, desesperación.
Y de estas reacciones todos somos víctimas, lo mismo jefes de familia, empleados y desempleados, jóvenes, adolescentes y niños que han quedado marcados para la siguiente etapa de la post pandemia.
Y de esta enfermedad emocional nadie se escapa, ni inteligentes, ni limitados, ni prósperos, ni desvalidos.
Sumado todo da un cóctel que influye en el comportamiento y la socialización de las personas ahora que comienzan a regresar a lo que fue hasta el 19 de marzo del 2020 la vida “normal”.
Y para comprobar esto basta con observar a personajes como el presidente de la república que víctima de su crisis post pandemia desde su ‘mañanera’ enjuicia, critica, polariza, y se enreda en sus propios
argumentos.
¡Cuánta fata hace someternos a una terapia que nos conduzca a soltar tanta frustración acumulada!
Sólo así se puede entender tanto dislate proyectado mañana con mañana.
Y si de esta crisis no se escapa ni el presidente, cabe la pregunta ¿cómo estaremos el resto de los ‘mortales’?
La preocupación de esto es que ¡urge atendernos!, antes de que se ponga en juego el futuro de un sistema, de un país con sus 130 millones de habitantes que han jalado parejo y que suelen ser plantados.
Es hora de cambiar el curso de las cosas.
Es hora de atender el problema.
Es hora de acabar con rencores, frustraciones, enconos y de comenzar a sanar para mejorar el camino colectivo e individual.