Y de esto tienen la culpa cada uno de los “rebeldes, ignorantes, incrédulos y retadores que hasta que no tienen el contagio en casa y muertos en su primer círculo, no asumen responsabilidades y mandan al carajo las recomendaciones, en complicidad -en algunos casos- con las autoridades que ya en éste 2021 se preocupan ante las elecciones que tendremos a medio año.
Y en este contexto sería tonto culpar sólo a las neófitas autoridades a las que les quedó grande el cargo, porque la dimensión del coronavirus obliga a obedecer las recomendaciones que internacionalmente se dieron para sortearlo y prevenirlo.
Y esto en un acto de responsabilidad individual obliga a entender la dimensión del mortífero bicho, sus riesgos, y ante todo coloca a la sociedad en la tesitura de actuar con seriedad para prevenirlo y bloquearlo, ante el impacto que deja en la economía y la supervivencia.
Lamentablemente en un año político la pandemia es cuchareada por las fuerzas que a toda costa aspiran a llegar al poder ya sea en una diputación local, una federal, una alcaldía y 15 gubernaturas.
El problema no es privativo de los mexicanos y su gobierno, según llegan las noticias de Alemania que prolonga el confinamiento hasta el 31 de enero, o el Reyno Unido que extrema también el confinamiento con 25 mil hospitalizados.
Allá y acá los responsables del problema somos cada uno de los miembros de la sociedad que ya no aguantan tanta contención y que piensan que se trata de una pandemia que llegará a muchos menos a nosotros.
Con este juego las cosas tienden a que llegaremos al primer aniversario del COVID-19, en México el próximo mes de febrero, con más de 135 mil muertos, frente a una ,sociedad expectante, debatida, incrédula, desempleada, hambrienta.
¿Qué tiene que pasar para que los humanos cambiemos hasta por encima de nuestras autoridades, para revertir la tendencia de la pandemia?
La vacuna no debe de interpretarse como una barita mágica.
¿A qué estamos dispuestos?