En el actual contexto en el que se desenvuelve la vida en cualquier rincón del mundo, no es necesario someter a medición la aceptación de un mandatario, porque entre la pandemia y sus repercusiones en todos los órdenes, el desgaste ha sido la constante.

 

Las decisiones que cada uno ha tomado, han sido sometidas al más severo juicio, y todos han salido reprobados por sus gobernados.

 

Ninguno ha pasado la prueba cuando de decidir restricciones y hasta toques de queda se trata.

 

Pero hay uno que otro mandatario que sobre este panorama, se empeña en buscar conflictos en los frentes en los que la situación era llevadera.

 

Y entre estos destaca el mexicano, que a la mitad de su sexenio decidió conflictuarse con todos los de adentro y también con los más significativos de afuera, con los que México mantenía una respetuosa relación, como el caso de España.

 

¿Cómo entender el fenómeno?

 

Imposible, con una persona que ve enemigos por todos lados y no logra visibilizar a los que tiene a su alrededor y que en defensa de su coto de poder lo mal aconsejan con información manipulada que siempre lo orillan a afirmar hasta el cansancio que “él tiene otros datos”.

 

Lo peor es que no acepta señales del exterior que lo alertan sobre lo que realmente está pasando, cómo se devalúa su capital político.

 

El caso del sondeo semanal y que por día lleva el especialista ‘Roy’ Campos en el diario El Economista, que al reporte de ayer resalta que la aprobación del presidente paulatinamente sigue cayendo. Hasta la semana pasada se ubicaba en un 59.6 por ciento, mientras en el mes de diciembre era del 64.5 por ciento.

 

Desde luego que la NO aceptación es del 40 por ciento hasta la semana pasada.

 

Pero entre una inflación desbocada que genera hambre, un retroceso en el mercado laboral, falta de medicamentos en los hospitales, obras faraónicas que absorben miles de millones de pesos como el tren maya y el nuevo aeropuerto, obras abandonadas como la instalación de 2 mil 700 sucursales del Banco del Bienestar que no operan porque no hubo partida para equiparlas, y el avance y dominio territorial de la delincuencia dueña y ama de comunidades enteras, el presidente lleva la agenda al terreno de la ofensa familiar, victimiza a su familia, se lanza contra quienes le cuestionan y difieren en sus apreciaciones y pierde la brújula del buen ejercicio político ante cerros de pendientes por resolver, acumulados desde el primer día de su gobierno.

 

Esto es lo real, es lo que decidieron en busca de un cambio más de 30 millones de ciudadanos en el 2018.

 

La gran incógnita hoy es si los mismos volverán a votar por más de lo mismo en el 2024.

 

Si las becas, pensiones y ayudas de Bienestar alcanzarán a mantener esos 30 millones de votos.

 

Usted, ¿cómo la ve?