Una gran sensibilidad ha mostrado el arzobispo de Puebla Víctor Sánchez Espinosa, al solidarizarse no sólo de palabra sino en los hechos, con las personas que sufren y sortean problemas para salir adelante.

El pasado domingo dedicó la misa que celebra en la Catedral al niño Santiago Trejo Márquez, que perdió la vida al caerle un árbol de la 5 de Mayo en pleno aguacero.

Además de orar por su eterno descanso y honrar su memoria, Don Víctor hizo que su familia encabezada por sus padres -su mamá postrada en una silla de ruedas-, ocuparan la primera banca de la Catedral para seguir la eucaristía.

Al término bajó del altar y fue al encuentro de sus padres, con los que dialogó, y los reconfortó con las palabras exactas que sólo un religioso tiene tras la pérdida de un ser tan próximo y querido.

El arzobispo visiblemente repuesto después de haberse contagiado de Covid, desde que abandonó el Hospital Universitario donde lo atendieron no ha disminuido el ritmo de trabajo y se da tiempo para cumplir con su misión.

No ha fallado al encuentro de los feligreses en las parroquias más lejanas, en donde el mensaje de la iglesia católica es importante para recuperar el ánimo y redoblar esfuerzos para salir adelante.

Siempre atento escucha a todos, porque todos quieren ser escuchados.

Cómo promotor de una mejor calidad de vida anima y convence a los católicos a compartir con los que menos tienen.

Su movilización por todo el territorio de la arquidiócesis no ha estado exenta de riesgos y amenazas que ha sabido enfrentar, y sobre las que difícilmente llega a hablar.

Discreto, con una gran visión cumple su trabajo en el momento en el que la iglesia católica de Puebla ha perdido a más de 60 sacerdotes por la pandemia, por la que hoy redobla esfuerzos con su equipo de trabajo para promover más vocaciones sacerdotales.

Así es el arzobispo de Puebla, el pastor que trabaja en medio de un remolino de asechanzas que tienen a prueba a la iglesia católica.