De cara a lo que ocurra en 2024, tanto en la sucesión presidencial de AMLO como la disputa por la gubernatura en Puebla, no debe pasarse por alto que las disputas internas de Morena sí condicionaron el resultado en varios municipios y excepto en Tecamachalco, terminaron detonando derrotas dolorosas.
Por supuesto que el caso más obvio es Puebla capital, pero no es el único. Morena jugó a la reelección de varios ediles en funciones sin la adecuada operación cicatriz y sin negociaciones con los desplazados.
La debilidad de Edgar Garmendia, secretario general en funciones, se tradujo en que nadie se hizo cargo de negociar entre los grupos y cicatrizar las heridas. La dirigencia estatal fue inoperante.
Ocurrió en San Pedro Cholula, cuando sin explicación ni encuesta, Luis Alberto Arriaga fue desplazado de la reelección para entregarle la candidatura a su peor enemigo, Julio Lorenzini, con quien no podía haber entendimiento.
Pasó casi lo mismo en Huauchinango, donde Gustavo Vargas fue borrado de la reelección y la candidatura recayó en su enemiga mortal Liliana Luna, a quien había exhibido por regalar los ataúdes que recibió en donación el Ayuntamiento en el desastre natural del huracán Earl.
En ambos casos, la traición se convirtió en un acto de supervivencia. O movían sus fichas para que Morena no ganara, o se entregaban cual reses en el matadero de sus peores enemigos.
Ambos, Arriaga y Vargas ganaron con la derrota de Lorenzini y de Liliana Luna, pues su alianza con Paola Angón y Rogelio López Angulo fue de corte maquiavélico: los enemigos de mis enemigos son mis amigos… porque mis enemigos son del mismo partido.
Marisol Cruz quiso hacer lo mismo en Tecamachalco pero no le salió, pues su guerra personalísima vs los Mier sólo fueron tumbos sin dirección y sin que nadie la apoyara realmente. Se hizo pasar por barbosista, pero en realidad fue a tocar hasta la puerta de Alejandro Armenta, Evangelista, el PT y varios más.
Esta lucha tecamachalquense sólo tiene de fondo la corrupción, pues a Marisol Cruz sólo le interesa asegurarse el beneficio económico del mercado que se construyó y por eso destruyó su carrera política atacando no al presidente de la Junta de Coordinación en San Lázaro, sino al hombre que la llevó al movimiento de la 4T.
Marisol hizo todo mal. Llevó su juicio hasta el final aunque sabía que no le iba a ganar a la Comisión Nacional de Elecciones. Se alió con Inés Saturnino. Compró la estructura de la defensa del voto de Morena en 3 millones de pesos. Pero nada le salió.
Ya a la desesperada, acabó por tirarse al pozo al revelar todo el fondo de la disputa: su intento de concesionar los locales del nuevo mercado por un plazo de 99 años y dejar abierto el título para la transmisión a terceros interesados.
Por supuesto que se trata de una aberración jurídica, ya que cualquier concesión, para rebasar la vigencia de una administración, requiere de la aprobación del Congreso. Y sin eso, fácilmente se puede tirar desde la perspectiva jurídica.
Total, el negocio de Marisol con el mercado la hizo perder cualquier perspectiva política. Y a diferencia de Lorenzini y Liliana Luna, los Mier saltaron con éxito el puñal de la traición y ganaron con contundencia a Inés Saturnino por 13 puntos.
Ayer, en una reunión con senadores, Mario Delgado reconoció que Morena perdió mucho tiempo en los conflictos internos. Y si eso pasó en 2021, de qué tamaño serán los conflictos internos en ese 2024 que ya se figura desgarrador.
Las puñaladas traperas al interior de Morena, sin la intervención de AMLO o de los gobernadores, pueden terminar provocando el renacimiento del PRIAN. O así lo explica Claudia Rivera, pues reconoce que la falta de apoyo de Gabriel Biestro sí le pesó, pero en su momento no quiso negociar nada justo cuando cabalgaba en el potro de la soberbia.