Tres años después de convertirse en partido en el poder, ni la llegada de Mario Delgado a la dirigencia nacional ha podido corregir todas las disfunciones de Morena, cuyo pecado capital es la incapacidad de alejarse de las posturas del activismo y del movimiento, sin entender que un partido político es una maquinaria electoral cuyo objetivo es ganar elecciones (Sartori dixit).
Esa disfunción es todavía más nítida en Puebla, donde de cara al proceso electoral 2021, asistimos a un hecho inédito en el sistema político local. Por primera vez, un gobernador no tiene partido. No controla a sus dirigentes ni a su consejo estatal, y por tanto, la designación de candidatos.
Esto se ejemplifica con el hecho de que pese a declararse su enemiga y opositora, Claudia Rivera Vivanco todavía tiene la posibilidad de ser candidata a la alcaldía -y reelegirse- si es que Morena decide mantener el género femenino.
Y el barbosismo todavía no tiene ninguna garantía de que el partido vaya a manejar el género masculino para perfilar a Gabriel Biestro, por mucho la mejor opción en las encuestas.
El margen del barbosismo es mínimo porque no controla a la dirigencia de Morena. Edgar Garmendia, el secretario en funciones de dirigente, proviene de esas bases activistas, por lo que tiene mayor afinidad con Claudia Rivera, pero después fue cooptado por las formas “preciosas” de hacer política de Alejandro Armenta.
El segundo personaje clave es Carlos Evangelista, que nunca fue retirado como enlace de la dirigencia nacional pese a que su origen proviene del interinato de Ramírez Cuéllar. En vez de retirarlo, Mario Delgado lo fortaleció al integrarlo a la Comisión de Elecciones.
Entre Garmendia y Evangelista -lo dicen ellos- controlarán la mesa de postulaciones, y quien quiera ser candidato o reelegirse tendrá que tocar su puerta y no la de Casa Aguayo.
Hasta el momento no hay registro ni público ni privado de que Garmendia y Evangelista se hayan reunido con el gobernador Barbosa o con su principal operador, Eric Cotoñeto, que no pudo tomar por asalto el partido cuando ya tenía un diseño para hacerlo.
¿Quién manda realmente en Morena? ¿Quién tiene el poder para imponer candidatos o bajarlos?
Es una pregunta sin respuesta, porque aunque Mario Delgado ganó la dirigencia, no necesariamente se hizo del poder, pues el grupo de Bertha Luján-Gabriel García además de la secretaría general sostuvo el control del Consejo Nacional. Sólo así se explica que este grupo impusiera la degradación llamada Eloísa Vivanco al frente de la Comisión de Honor y Justicia del partido.
¿Cómo llegó ahí alguien sin trayectoria, ni prestigio, ni carrera política?
El caso de la mamá de Claudia es evidente que no se trata de una disfunción, sino de una degradación de la política en Morena.
En resumen: tanto Bartlett, como Melquiades, Marín y Moreno Valle, tuvieron partido en el poder. En momentos ganaron, en otros perdieron, pero siempre controlaron el aparato político, porque el aparato político entendía que su futuro estaba en manos del gobernador.
Barbosa no, y las consecuencias de las derrotas las van a cargar los Garmendia, los Evangelista, los Claudias, los Armentas, los Abdala y tantos más.
Después, Barbosa tendría que lidiar con los ganadores, que no necesariamente serán sus enemigos. O sí.
Todo porque unos grupúsculos le quisieron escamotear el papel de jefe político. Si no se entiende eso, no se entiende nada y merecen perder todo en 2021, y ya luego se arreglará el tiradero.