La familia bartlista se reencuentra

 

-Crónica-


Un pacto político se acordó en una mesa redonda, cual escena de la historia del Rey Arturo, Manuel Bartlett como el protagonista, rodeado de sus caballeros (y su dama) más valientes y leales: Enrique Doger, Carlos Meza Viveros, Blanca Alcalá Ruiz e Ignacio Mier Velasco

 

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Selene Ríos Andraca

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Ocho años después, la familia bartlista se reunió como en sus viejos tiempos con el pretexto de celebrar la entrega de la Cédula Real que ayer Manuel Bartlett Díaz recibió de manos del presidente municipal de Puebla, Enrique Doger Guerrero. Fue en el restaurante “La Floridita”, donde los bartlistas sellaron un pacto para el futuro, que tuvo su origen en el pasado.


El pacto político se acordó en una mesa redonda, cual escena de la historia del Rey Arturo. Manuel Bartlett como el protagonista, rodeado de sus caballeros (y su dama) más valientes y leales: Enrique Doger, Carlos Meza Viveros, Blanca Alcalá Ruiz e Ignacio Mier Velasco.


Los cuatro, casualmente, que iniciaron el despegue de su carrera política gracias a la tutela del ideólogo priista: Enrique Doger recibió su bendición para ungirse como rector de la Universidad Autónoma de Puebla; Alcalá Ruiz arribó a San Lázaro y cerró el sexenio como titular de la Secretaría de Finanzas; Ignacio Mier logró la Presidencia del Comité Directivo Estatal del PRI y partió a San Lázaro y Carlos Meza, el más leal de sus discípulos, fungió como secretario de Gobernación en el último tramo del gobierno.


En esa mesa de La Floridita sobraba un personaje de la política poblana, Aurelio Fernández Fuentes, director de La Jornada de Oriente y uno de los periodistas consentidos del sexenio bartlista.


Viejas glorias brillaron unos instantes en el restaurante citadino: Carlos Meza, Raúl Torres Salmerón, Eduardo Vázquez, Mario Riestra Venegas, Rubén del Castillo, Cástulo Ramírez, Fidencio Romero, Yolanda Zegbe, Manuel Villa Issa, Enrique González Cabrera, entre otros.


Después del lujoso menú, justo cuando la mayoría de los comensales disfrutaba de un flan con nueces y almendras, a capela, Manuel Bartlett tomó la palabra para agradecerle a las casi 200 personas que le acompañaron por seguir a su lado.


Y lo dijo así: “Uno vale por su gente, y aquí están ustedes, mis queridos colaboradores que me ayudaron a gobernar este estado, este símbolo de éxito lo comparto con todos ustedes.”


El mayor elogio de la tarde se lo dedicó a Enrique Doger Guerrero, al llamarlo el alfil del triunfo del PRI en la capital, razón por la cual en los próximos meses gobernará Blanca Alcalá Ruiz.


Para la primera alcaldesa de Puebla también hubo flores y halagos: “Esta mujer hará historia y será una figura del priismo a nivel nacional.”


Alcalá se sonrojó. Sonrió. Ahí estaba, ocho años después ante quien fuera su jefe, presumiéndole su nuevo cargo, mostrándole su triunfo avasallante.


Entonces, don Manuel recordó cómo Alcalá se impuso en el Congreso para aprobar la polémica y famosa Ley Bartlett “que reivindicó la autonomía estatal, ante los caprichos del gobierno federal priista”.


Sin ningún temor, dijo el ex secretario de Gobernación del sexenio de Miguel de la Madrid.


Y un nuevo pacto se firmó. El que se empezó a fraguar en el pasado, ayer se cerró. Sin ningún marinista a la vista. Ni siquiera alguno de segundo nivel. Sólo dogeristas y bartlistas con miras a la sucesión de 2010.

 

Bartlett, el bueno


Con ese mote se defendió en alguna entrevista que concedió a estas páginas en vísperas del proceso electoral del 2006, estrenó una nueva imagen pública. El político maduro. El político sin reflector. El gran señor del PRI a nivel nacional y estatal sonreía con ternura extraordinaria.


Atrás quedó la imagen del villano de la historia mexicana, gracias a ese llamado al voto útil para que los priistas votaran por Andrés Manuel López Obrador; a aquella férrea pelea en el Senado para combatir la Ley Televisa; a esas críticas a la pérdida de ideología en el PRI y a esa defensa a ultranza del nacionalismo, amén de su pugna ideológica contra la ultraderecha.


Y ahí estaba don Manuel rodeado de sus fieles, curiosamente también víctimas de Mario Marín. Pues ni Doger olvidará los agravios, como el ex mandatario no olvidará el día en que los priistas, orquestados por Marín, lo dejaron solo en la XIX Asamblea Nacional del PRI al defender los energéticos y los bienes nacionales.


Los cuatro, casualmente, que iniciaron el despegue de su carrera política gracias a la tutela del ideólogo priista: Enrique Doger recibió su bendición para ungirse como rector de la Universidad Autónoma de Puebla; Alcalá Ruiz arribó a San Lázaro y cerró el sexenio como titular de la Secretaría de Finanzas; Ignacio Mier logró la presidencia del Comité Directivo Estatal del PRI y partió a San Lázaro, y Carlos Meza, el más leal de sus discípulos, fungió como secretario de Gobernación en el último tramo del gobierno.


En esa mesa de La Floridita sobraba un personaje de la política poblana, Aurelio Fernández Fuentes, director de La Jornada de Oriente y uno de los periodistas consentidos del sexenio bartlista.


Y lo dijo así: “Uno vale por su gente, y aquí están ustedes, mis queridos colaboradores que me ayudaron a gobernar este estado, este símbolo de éxito lo comparto con todos ustedes.”

 


 
 
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