Con Armenta, la provincia llegó al poder


Crónica

 


Arturo Rueda

Notas Relevantes

Marín entrega 6 millones al municipio del narcoalcalde

Zavala: No beneficie al narcoalcalde

Armenta, el nuevo tapado para Marín

Falso, que el CISEN investigue a Doger

“Chávez Carretero y El Gavilán son amigos”

El PRI entrará en crisis si opera a favor de Zavala

Notas Anteriores

 

Nunca antes los priistas del interior del estado habían brillado tanto. Nunca antes las mantas de Tepeaca, Huejotzingo, Acatzingo, Cuyoaco habían sobrepasado a las de los sectores tradicionales del ex partidazo.


Sí, estaba ahí la cargada tradicional: los funcionarios, buscachambas y aduladores de siempre que integran la bufalada eterna. Pero ayer, imperceptiblemente, la provincia se coló al poder con Alejandro Armenta.


El Auditorio de la Reforma lucía atiborrado y los tricolores, entusiasmados. Quizá porque en mucho tiempo no tenían un dirigente surgido de la plebe. De Valentín Meneses para atrás, pasando por Mario Montero, Moisés Carrasco, José Alarcón, Víctor Giorgana y Luis Antonio Gomina, se trataron de amigos del gobernador en turno, tecnócratas y cúpula.


Un pueblerino llegó al poder. “Me afilié al partido en 1985; me tocó transitar del partido hegemónico a la derrota y mi primera encomienda, a los diecinueve años, fue como secretario general del PRI en mi municipio.”


Mario Marín, el primer priísta de la entidad, fue desmedidamente elogioso hacia el ex edil de Acatzingo. Sospechosamente, añadiría el cronista.


Y es que la toma de protesta de la nueva dirigencia estatal lo único que hizo fue reavivar el juego del tapadismo.


Ante el escenario, con el lisonjero discurso del gobernador y las loas de Beatriz Paredes, más las hurras feroces de los oriundos de Tepeaca, pareciera que Alejandro Armenta se coló al juego de la sucesión.


Juntos, en el costado izquierdo del presídium, los aspirantes anotados para la guerra del 2010 atestiguaban la llegada de Armenta al Club de Toby. De oficialistas a rebeldes, en riguroso orden, Mario Montero, Valentín Meneses, Javier López Zavala, Jorge Estefan, Enrique Doger y Chucho Morales Flores.


Cuando nadie lo esperaba, una pedrada voló de los labios del gobernador y violentamente se posó en la sien de Zavala. “Lo único que lamento es perder a un excelente secretario de Desarrollo Social”, afirmó el primer priista de la entidad. El actual se hundió en su asiento, como si él fuera un secretario de segunda.


El acto había comenzado con los prolegómenos de siempre. Libre y espontáneamente los sectores tricolores encontraron en el oriundo de Acatzingo todas las virtudes. “Es un campesino”, dijo Cecilia Hernández Ríos a nombre de los campesinos. “Es un obrero”, afirmó Leobardo Soto a nombre de los obreros. “Es popular”, juro el profe Juárez Uribe” a nombre del sector popular.


Y entonces, mágicamente, como si el mar Muerto se hubiera abierto en dos, todos los priistas, unánimemente, votaron por la fórmula Armenta-Claudia Hernández. La democracia perfecta: nadie disiente y todos alzan su dedito para reafirmar lo que quiso el Dedote.


Después de la votación perfecta, en que incluso los pueblerinos que no forman parte del Consejo Político Estatal ejercieron su derecho al sufragio, Armenta subió a la tribuna para lucir los resabios de una oratoria escolar, muy propia de Luis Donaldo Colosio y sus desventuras en Lomas Taurinas.


El nuevo jefe del ex partidazo prendió a sus correligionarios: “el desarrollo de México se debe seguir construyendo desde la célula de organización socio política que es el municipio. Ahí están representadas las expresiones más agudas de la pobreza y marginación; ahí es donde aún falta mucho por hacer; en las comunidades, localidades y rancherías que reclaman justicia social, progreso y equidad”.


Lo dicho, todo un pueblerino, sin embargo, que estudió Administración en la UAP y salió del solipsismo de la marginación.
Como un Reyes Heroles en ciernes, Marín a la hora de bendecir a su “Plan B” resaltó su dualidad: “es muy bueno en la teoría, pero mejor en la práctica…es un gran operador y sabe cómo bajar los programas sociales”, anticipando la hermandad entre el PRI y la secretaría de Desarrollo Social.


Terminada la unción, Marín abandonó el Auditorio de la Reforma cuidando que el andar elefantioso de Beatriz Paredes pudiera aplastarlo. Armenta, por su parte, se quedó a recibir los abrazos de sus paisanos, los pueblerinos que lo llevaron al poder.


Sí, el zavalismo estaba ahí, pero por un momento se transformó en armentismo.


No vaya a ser que la transmutación sea permanente y el delfín se convierta en vulgar atún.
Porque Armenta, de que tiene músculo propio, lo tiene.

 


 
 
Todos los Columnistas