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Martes, 18 Mayo 2021 01:21

La carta de Jamaica

La carta de Jamaica Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La suerte de las colonias de España en América se decidió en el Château de Marracq, un palacete medio en ruinas enclavado en lo profundo del Iparralde, el País Vasco francés. Tras las abdicaciones de Bayona, las respectivas sucesiones de Carlos IV y de Fernando VII en favor de Napoleón ocurridas ahí, en 1808, aquellas formaron juntas de autogobierno que desconocían la autoridad de Pepe Botella. En estas se mezclaban, no sin rispideces, los partidarios de la restauración del depuesto rey, los de una mayor autonomía colonial y los de la independencia plena ya fuera de Francia (la napoleónica) o de España (la liberal surgida de la Constitución de Cádiz o la absolutista que encarnaría el Felón).


 

La derrota definitiva de Napoleón y la consiguiente restauración de Fernando VII, en 1815, implicó un mayor esfuerzo por parte de España para recuperar el control de los territorios rebelados. Con ese objetivo, el restaurado rey envió a América sendas expediciones militares; la más importante, la dirigida por Pablo Morillo –compuesta por 10 mil hombres; a la sazón, la más numerosa enviada al otro lado del Atlántico–. Las acciones de Morillo en Nueva Granada le merecerían, en Europa, el sobrenombre de El Pacificador y en América, apelativos bastante menos agradables.

 

La exitosa expedición de Morillo, la pacificación lograda a golpe de fusilamientos, destierros y confiscaciones, significó un durísimo golpe a la lucha independentista. Avanzando los realistas, Simón Bolívar, el líder independentista neogranadino, huyó a Jamaica, donde permaneció un tiempo antes de trasladarse a Haití, país cuya solidaridad con su causa a menudo ha sido menospreciada. En Jamaica, Bolívar redactó la llamada Carta de Jamaica una misiva dirigida a cierto vecino inglés apellidado Cullen, pero destinada al rey inglés y, por extensión, al conjunto de los líderes europeos (“Te lo digo Henry pa’que lo escuches George”), uno de los documentos más profundos acerca de la identidad latinoamericana.

 

Versando sobre la utopía de crear un gran país desde México hasta Argentina y Chile o, al menos, una gran alianza política, comercial y militar entre los países latinoamericanos que constituyera un monolito frente a las ambiciones extranjeras, Bolívar exponía sus inquietudes con claridad. Las preocupaciones suyas, entonces, podrían ser las nuestras, hoy. Una especialmente le quitaba el sueño: que la (¿im?)posible unidad latinoamericana fuera saboteada por las oligarquías locales azuzadas por alguna potencia global y que divididos, ésta nos devorara –¡ñam!– de un bocado. (Divide y saquea sus recursos naturales o algo así).

 

“Europa haría bien a España en disuadirla de su obstinada temeridad”, sugiere Bolívar, apelando a la comprensión de quienes nos veían y nos siguen viendo un tanto salvajes. Una Latinoamérica unida, estable, fuerte no sería más víctima del expolio colonial sino un miembro dinámico de la comunidad internacional, añade, guiñándoles un ojo: “Europa misma, por sana política, debería preparar y ejecutar el proyecto de independencia americana no solo porque el equilibrio del mundo así lo exige sino porque éste es el medio legítimo y seguro de adquirirse establecimientos ultramarinos de comercio”.

 

“¿La Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad permitirá que una vieja serpiente, por sólo satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo? ¿Qué, está Europa sorda al clamor de sus propios intereses? ¿No tiene ojos para ver la injusticia? ¿Tanto se ha endurecido para ser de éste modo insensible?”, continúa, al borde de la desesperanza. “Estas preguntas, cuanto más las medito, más me confunden”.

 

Dos siglos después, el pensamiento de Bolívar, sintetizado bellamente en la Carta de Jamaica, sigue siendo de consulta imprescindible ante la necesidad imperiosa de la integración latinoamericana a fin de erradicar cualquier forma de (neo)colonialismo en nuestra región y alcanzar, por fin, nuestra independencia verdadera.

 

(Te lo digo George pa'que lo entiendas SleepyCreepy Joe).

 

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