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Jueves, 10 Junio 2021 01:29

La política empieza a hacerse de un sólo lado (del correcto)

La política empieza a hacerse de un sólo lado (del correcto) Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Entre 1982 y 1988, México experimentó una gran transformación de las estructuras del Estado que derivó en una mal llamada transición democrática. A partir de entonces y durante tres décadas ominosas, la vida política-electoral del país estuvo dominada por tres grandes partidos políticos: el PAN y el PRI, quienes unidos en neoliberal amasiato simularon competencia, y el PRD, quien se estableció como una oposición más o menos seria a los otros.


 

Entonces, imperaba lo que podríamos llamar un pluralismo excluyente: si bien, el sistema de partidos mexicano era plural porque permitía la competencia de cierto número, era excluyente porque privilegiaba a los tres más grandes y entorpecía el desarrollo del resto. Durante este tiempo, ningún cuarto partido superó el umbral del 7 por ciento. Elección tras elección, uno tras otro, la chiquillada chocaba contra ese quicio infranqueable: el PT, el PVEM, el PANAL, el FCRN, Convergencia/MC, aquel del que fue dirigente Porfirio (sin el don)… La maldición se rompió en 2015, cuando un debutante, Morena, alcanzó casi el 10 por ciento de las preferencias.

 

El triunfo apabullante de los partidos afines a Andrés Manuel López Obrador en 2018 y la ratificación de este, en 2021, confirman una tendencia que se intuía desde entonces: salvo por cerúleos moratones que se extienden desde el Bajío hasta estrellarse en el enjuto rostro de Claudia Sheinbaum, los partidos que se repartieron el poder durante tantos años se han vuelto prácticamente irrelevantes, han perdido capacidad de marcar agenda y de ganar nuevos adeptos y elecciones en solitario. Pitágoras no miente: la oposición puede ralentizar el proceso (cuarta) transformador, pero no detenerlo; está moribunda, nomás no le han avisado:

 

Las elecciones del 6 de junio han coronado un deccenium horribilis en el cual el PAN ha retrocedido hasta su estado pretransicional, a los numeritos que tenía en el 97; el PRI ha perdido su fuerza territorial al dejarse en las urnas todos excepto 4 de los estados que gobernaba y el PRD ha pasado de acariciar el poder en 2006 y en 2012 a aferrarse al clavo ardiente de sus abominables aliados para no cantar Las golondrinas. El blanquiazul y el tricolor han vuelto a quedar por debajo del 20 por ciento de la votación, y el cetrino partido del Sol Azteca, por debajo del 5 por ciento (¿Qué celebran los de enfrente, entonces?, me pregunto).

 

En México, pues, la política empieza a hacerse de un sólo lado (del correcto). Nos asomamos tímidamente a una nueva era en el cual la mayor parte de la acción política se desarrolle dentro del amplio espectro del lopezobradorismo, entre los socios estratégicos o coyunturales de López Obrador: el PVEM, el PT y el ambivalente MC acumulan unos nada despreciables 15 por ciento, los cuales les dan una enorme capacidad de chantaje, en el uso más sartoriano del término. En esa misma hucha podríamos meter al pragmático PRI y a sus entre 63 y 75 diputados federales, muy necesarios para que el presidente piense en GRANDE. En este sentido –y que conste que sólo en este sentido– ¡chin, por el PES, RSP y FSM!

 

En un futuro más remoto, especulemos, las disputas internas de Morena y la indefinición de quien debería ser el primer morenista del país, su amago permanente con hacer mutis del teatro del absurdo de Santa Anita 50, podrían facilitar una mayor dispersión de la marca AMLO. No descartemos, pues, que algún día los partidos que compartan el discurso del caudillo puedan autoproclamarse auténticos representantes del lopezobradorismo. El sentir de la calle, el que motiva las marchas, las clausuras simbólicas de las sedes partidistas y las huelgas de brazos caídos, podría avanzar por la vía de las instituciones. (Próximamente, Marena, Movimiento Auténtico de Regeneración Nacional. Paténtese).

 

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