Jueves, 25 de Abril del 2024
Viernes, 05 Noviembre 2021 04:14

La Reconquista de México

La Reconquista de México Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

De las pocas batallas navales registradas en la historia de México una de las más importantes ocurrió a principios de 1828, en aguas de Mariel, Cuba, resultando los nuestros derrotados y el bergantín Guerrero, llevado preso a España.


 El que tras la escaramuza sería acertadamente rebautizado como “El Cautivo” era el buque insignia de la armada mexicana, la flota constituida ex profeso para hostigar a los barcos españoles, bloquear las líneas de comunicación entre la metrópoli y las islas caribeñas y, en el mejor de los escenarios, ocupar la cubana a fin de evitar que sirviera de base para un probable intento de reconquista. Decía Lucas Alamán que México sin Cuba era “un prisionero en el Golfo”. Y sin duda, lo era:

Aunque nuestro país disfrutaba de una independencia de facto desde 1821, desde sus posesiones en el Caribe la antigua potencia colonial aún pendía sobre su cabeza su afilada espada de Damocles. En represalia por lo de Mariel, por ejemplo, 3 mil españoles desembarcarían en Tampico prometiendo el capitán general de Cuba, su mandamás, que sobre su década independiente caería en forma de borrón y cuenta nueva “un denso velo negro”. (De no haber sido por la heroica defensa de la ciudad por parte de López de Santa Anna, dicho sea de paso, quizá este año no habríamos celebrado los doscientos de nada)

En lo que respecta a México y, por extensión, a los demás países de América, el primer tercio del s. XIX estuvo determinado por las Guerras napoleónicas: del mismo modo que la invasión de Napoleón a España, en 1808 precipitó la independencia de las colonias americanas, su derrota definitiva, en 1815 condujo al intento por parte de Austria, Prusia y Rusia de restaurar el Ancien Régime. La Santa Alianza conformada por los vencedores de las guerras se basaba en la premisa de que la paz en Europa solo sería posible mediante la solidaridad de los monarcas absolutistas para chafar cualquier movimiento liberal doquiera que se manifestase (Metternich), de modo que cualquier aspirante a tirano era bienvenido a su causa.

Ante aquellos había acudido, pues, el más déspota de todos, Fernando VII, a fin de solicitar su apoyo para consolidar su gobierno y para regresar al guacal a sus “amadas e ingratas hijas americanas”. Lo primero había ocurrido en 1823, cuando los Cien mil hijos de San Luis cruzaron los Pirineos y aplastaron el levantamiento de Riego (“¡Viva el rey absoluto, la religión y la inquisición!”), lo segundo no se materializaría nunca. El rey español se quedaría con las ganas; los tiempos eran otros: para entonces, los ideales de la Revolución Francesa habían arraigado profundamente, el Reino Unido ejercía su hegemonía proveyendo a las flamantes repúblicas americanas del financiamiento indispensable para sobrevivir a sus primeros, críticos años y la independencia de éstas se adivinaba, por lo tanto, irreversible.

¿Qué dijeron, que España se dio por vencida después de que el Orden Restaurado se estrelló contra la nueva realidad mundial? ¡Pues no! Ni siquiera después de perder su imperio, del Desastre de Annual o de la Crisis de la Restauración, abandonaría sus sueños (húmedos, guajiros) de reconquistar México ya no mediante las armas sino mediante la astucia: el hispanoamericanismo que pregonarían los españoles desde principios del s. XX no tendría como finalidad tanto hallarles un lugar en el concierto de las naciones como crear las condiciones para que hicieran a costa de sus excolonia los negos más lucrativos, lo que efectivamente ocurriría en el marco de la infame I Cumbre Iberoamericana de Guadalajara, en 1991.

Muchos abusos e injusticias de las empresas españolas, y un poco de sangre, la de un secretario de Gobernación muerto en extrañas circunstancias hoy, hace no-sé-cuántos años, han corrido de costa a costa desde entonces.

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