Jueves, 28 de Marzo del 2024
Martes, 30 Noviembre 2021 03:36

¿“España va mejor”? Señales de alarma

¿“España va mejor”? Señales de alarma Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Las imágenes que durante la última semana han ocupado las portadas de los telediarios me han traído a la memoria a aquellas terribles que ilustraron la crisis del 17 ―y hay algunas historias de familia que quizá sería preferible no recordar―.


 

Mis bisabuelos, los padres de mi abuela, emigraron de Cádiz en 1921; siendo apenas adolescentes cruzaron el charco en búsqueda de aventura con un novillero que pintaba ‘pa’ser’ buena espada hasta que fundió su traje en una fatídica borrachera y huyendo, como muchos otros, de los estragos de la crisis de 1917. La neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial había implicado para el país los beneficios macroeconómicos normales derivados del aumento de sus exportaciones, pero, también, una escalada de precios que al no haber ido emparejada con aumentos salariales deterioró dramáticamente la calidad de vida de la mayoría de la población.

 

La crisis había golpeado especialmente en lo profundo de las zonas rurales de Andalucía, donde las ideas revolucionarias hacían más mella. Entre 1917 y 1920, durante el llamado Trienio Bolchevista (Díaz del Moral), el campo andaluz que el bisabuelo regaba con el sudor de su frente, había experimentado un proceso de politización inédito que había conducido a la afiliación de cientos de miles de jornaleros a la CNT y a la UGT, vinculada al PSOE. Esos años se habían caracterizado, pues, por su agitación social; entonces, eran comunes las manifestaciones y las huelgas de los ‘sintierra’, y las brutales cargas policiales contra estos.

 

Las imágenes que durante la última semana han ocupado las portadas de los telediarios me han traído a la memoria a aquellas terribles que ilustraron la crisis del 17 ―y hay algunas historias de familia que quizá sería preferible no recordar―. La huelga del sector del metal de Cádiz, la cual movilizó a los 30 mil empleados de las seis mil empresas auxiliares que subcontratan para grandes compañías como Airbus, Dragados o Navantia, fue vilmente criminalizada. En su punto álgido, algún mentecato del Ministerio del Interior creyó que sería una buena idea pasear una tanqueta frente a los huelguistas a fin de amedrentarlos. Esa táctica podría permitírsela un gobierno del PP ¡No uno del PSOE!

 

El sector del metal gaditano viene arrastrando la cobija desde mediados de los 80, cuando el presidente del gobierno de entonces, también socialista, llevó a cabo contra el sector secundario español una reestructuración brutal ―muy neoliberal, por cierto― que se cargó de un plumazo la industria pasada nacional. Pendido de alfileres el sector, desde entonces, crisis como la que paralizó estos días la ‘tacita’ de plata son más o menos frecuentes; cada cierto tiempo la provincia andaluza afronta situaciones similares debido a la reconversión de algún astillero, al cierre de alguna empresa importante o a la renegociación de los contratos colectivos de trabajo. Esta vez, no obstante, las causas de la protesta parecen ser más complejas; detrás de las barricadas se percibe cierto ‘run,runde enojo social:

 

Los metaleros de Cádiz no son los únicos que últimamente se han puesto en pie de guerra; también lo han hecho los agricultores, los camioneros, los controladores aéreos, los ganaderos, los pescadores, los policías. Estas no son protestas inconexas, sino síntomas de una crisis estructural que viene construyéndose desde hace tiempo; a nadie se le escapa que últimamente los sueldos de los españoles se han devaluado, que el precio de la canasta básica se ha disparado, ni que el paro se ha ‘enquistado’ dolorosamente, especialmente entre los jóvenes. La factura de la luz, la cual ha venido un 67 por ciento más elevada este año, hace insostenible la muy cándida afirmación presidencial de que “España va mejor”.

 

El optimismo del gobierno, pues, se estrella feamente contra la dura realidad; a pesar de los mejores deseos de año nuevo, a ras de pavimento se amontonan señales de alarma que hacen presagiar el surgimiento, próximamente, de una nueva generación de indignados.

 

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