Miercoles, 16 de Julio del 2025
Martes, 18 Enero 2022 01:55

Deslegitimación en tres actos

Deslegitimación en tres actos Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La judicialización de la elección fue el preludio de una era en la que la tradicionalmente sobrentendida legitimidad de los procesos electorales comenzó a cuestionarse abiertamente; en el largo mes posterior a la jornada electoral el país se dividió públicamente entre quienes confiaban en sus instituciones y quienes, al contrario, las ponían en duda.


 

Primer acto: Nixon acata el resultado electoral

 

La elección de 1960 fue una de las más cerradas en la historia de Estados Unidos; entonces, John F. Kennedy se impuso a Richard Nixon por la mínima, derrotándole en el estratégico Illinois por menos de 10 mil votos, muchos de los cuales fueron sufragados por vecinos de Cook County ya fallecidos. Puesto que no era usual que los muertos votaran por los demócratas, corrió el rumor de que el corrupto alcalde de Chicago, Richard Daley, había amañado las elecciones en favor de Kennedy lo cual daría a Nixon elementos suficientes para impugnar. El republicano no lo hizo, sin embargo; al contrario, acató el resultado elegantemente.

 

Antes de ir a la guerra en un carrito de golf como quien lo hace en Rocinante, Nixon razonó que esa no sería contra Kennedy sino contra el ‘establishment’, para el que la legitimidad de los procesos electorales importaba más, incluso, que su legalidad. Comprendió, pues, que cualquier pataleo no sólo no surtiría ningún efecto sino que implicaría el final de su carrera política. El sistema se regía por un conjunto de reglas no escritas que garantizaban su estabilidad, se sabía; ¡ay, de quien osara desafiarlas!

 

Segundo acto: Gore cuestiona el proceso electoral

 

Ni siquiera la bochornosa renuncia del propio Nixon a la presidencia, años después, comprometió tanto la integridad del sistema como cuando Al Gore impugnó la muy ajustada victoria de George W. Bush en Florida, en 2000. Miembros de la más rancia aristocracia estadounidense, primos lejanos debido a su parentesco con Edward ‘Longshanks’ Plantagenet, un larguirucho que reinó Inglaterra en el s. XIII, los Bush y los Gore se traían ganas desde que Prescott y Al ‘Sr’ lavaban en los mercados algo más que sus costosos Sharkskins grey flannel de modo que se dieron hasta con la cubeta en los tribunales.

 

La judicialización de la elección fue el preludio de una era en la que la tradicionalmente sobrentendida legitimidad de los procesos electorales comenzó a cuestionarse abiertamente; en el largo mes posterior a la jornada electoral el país se dividió públicamente entre quienes confiaban en sus instituciones y quienes, al contrario, las ponían en duda. El conflicto poselectoral, aunque abortado prematuramente por la euforia patriotera que siguió a los (auto)atentados terroristas del 11-S confiriendo al nuevo presidente una inmerecida aura de heroicidad, creó las condiciones para la crisis institucional que estallaría más adelante.

 

Tercer acto: Trump desconoce a Biden

 

La accidentada elección de 2000 contribuyó a desarrollar un movimiento antisistémico local, sí, pero no fue la victoria de Donald Trump, en 2016 sino su derrota, en 2020 la que verdaderamente cimbró los pilares del sistema; si la primera hizo que los estadounidenses perdieran la confianza en sus instituciones, la segunda hizo que por primera vez desconocieran masivamente el régimen emanado de un proceso electoral, a la sazón, el de Joe Biden, quien estos días celebra su primer aniversario en la presidencia atrincherado, atemorizado y con su aprobación en mínimos.

 

La sola negativa de Trump a reconocer a Biden le deslegitima; la muy popular tesis trumpiana del fraude electoral ha sido un lastre amarrado al cuello del que el presidente no ha podido desprenderse. En tales condiciones, le ha resultado dificilísimo ejercer su autoridad, es decir, obtener la obediencia de los ciudadanos... y especial, inquietantemente, la de las fuerzas armadas, entre las cuales, por cierto, ruge un ‘run, run’ golpista que anuncia un epílogo terrible.

 

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