Domingo, 19 de Mayo del 2024
Martes, 12 Abril 2022 01:55

Los países en vías de desarrollo, frente al Acuerdo de París

Los países en vías de desarrollo, frente al Acuerdo de París Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El Acuerdo salvador planetario y las estrategias orientadas hacia la soberanía energética son, pues, esencialmente incompatibles; mientras uno aboga por clavarnos costosos artilugios ecofriendly


 

En 2016 entró en vigor el Acuerdo de París, cuyo propósito, según Carlos, príncipe de Gales, es trazar una ruta crítica “para transitar de una economía basada en combustibles fósiles a una genuinamente renovable y sostenible”; esto implicaría, siempre según el principito heredero doblado en agorero malthusiano, el fin de la sociedad industrial y sus catastróficos efectos, y la realización de la utopía planetaria en la que la luz solar y la fuerza del agua y del viento satisfagan las demandas energéticas mundiales. A botepronto, tal ideal parece bellísimo pero…

 

Al año siguiente, Estados Unidos abandonó al Acuerdo; su entonces presidente justificó la decisión argumentando que éste no estaba diseñado para salvar al planeta sino para restringir la economía estadounidense—“¡Soy representante de los ciudadanos de Pittsburgh, no de los de París!”, trinó, dando un portazo. “America first!”—. En el mismo tenor se han manifestado últimamente los líderes del ALBA, los del BRIC y los de la UA, en cuyo nombre Yoweri Museveni publicó estos días una escandalosa carta abierta titulada Solar and wind force poverty on Africa. (También el presidente de México frunce el ceño cuando silba el viento en La Rumorosa, pero vayamos por partes).

 

El problema, escribe Museveni, es que los países desarrollados impulsores del Acuerdo—e. g., Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido; además de sus instituciones bancarias, sus lobbies y sus oenegés—quieren imponer a las bravas la agenda verde a los que estamos en vías de desarrollo; especialmente alarmante, opina, es su decisión de desfinanciar los proyectos de infraestructura eléctrica que no consideren lo suficientemente amigables con el medio ambiente pues nos colocan en la imposible posición de tener que elegir entre precipitarnos hacia una transición para la que no estamos preparados a cambio de unos pocos dólares o, ay, asumir las consecuencias de ser parias de la comunidad ecológica internacional

 

El Acuerdo salvador planetario y las estrategias orientadas hacia la soberanía energética son, pues, esencialmente incompatibles; mientras uno aboga por clavarnos costosos artilugios ecofriendly, las otras apuestan por extraer de nuestras inmensas minas a cielo abierto hasta el último trozo de negro carbón y exprimir hasta la última gota de nuestros todavía abundantes yacimientos petrogasíferos antes de transitar suavemente hacia otras fuentes de energía. Cumplir con nuestros compromisos internacionales nos llevará tiempo; mientras tanto, pienso, sería irresponsable no echar mano de lo que tenemos al alcance para atender nuestros problemas más urgentes.

 

La exigencia de los países desarrollados de cumplir a rajatabla un Acuerdo injusto, en fin, conduce a los que estamos en vías de desarrollo a una encrucijada muy tolstoiana; su petición de que renunciemos ¿voluntariamente? a nuestra propia prosperidad a fin de contribuir a la causa de la salvación del planeta implica un dilema no menos angustioso que aquel que atormentó a los Karamazov:

 

No es mi intención sonar muy cínico pero si otros países han priorizado su desarrollo económico y social sobre el medio ambiente, ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotros? ¿Estamos de veras dispuestos a fundar con nuestra subyugación ante la élite mundial la felicidad planetaria? ¿Nos prestaremos a ello? Respondamos sinceramente.

 

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