Domingo, 28 de Abril del 2024
Martes, 11 Octubre 2022 00:07

La espada nuclear de Damocles

La espada nuclear de Damocles Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Los problemas cotidianos no dejan mucho espacio para reflexionar sobre el problemón ontológico que ha supuesto la incorporación de Jersón, Zaporiyia y las repúblicas del Dombás a la federación rusa


 

Existe la creencia ampliamente difundida de que los seres humanos tenemos el control de nuestras vidas; tal parece evidente en las mañanas, cuando imponemos nuestra voluntad a la de las máquinas—“Cinco minutos más”—pero va poniéndose en duda conforme avanza el día y nuestros planes comienzan a torcerse, cuando el camión llega con retraso o el wifi de la oficina sufre una inoportuna caída. El rugido de nuestro estómago hambriento a media tarde debería convencernos de que nuestra libertad no es tan absoluta como pensamos.—“¡Godínez, no son horas de comer!”—la reprimenda del jefe lo confirmaría.

 

La libertad, comprendemos, entonces, es una simulación; recordando aquello que dijo Spinoza respecto a que “libre es lo que se determina por sí solo”, nos estrellamos de bruces contra la realidad de que nuestra existencia no está sujeta solo a nuestras decisiones personales sino, también, a las de otros, circunstancia, que se observa en toda su macabra dimensión en la posibilidad del holocausto nuclear: al final del día, la decisión sobre ella recae en un puñado de señores de rostros enjutos, gafas oscuras y pechos cubiertos de medallas como corcholatas que tienen el poder de aniquilarnos oprimiendo un botón rojo.

 

Ignorantes de que la espada nuclear de Damocles pende justo sobre nuestras cabezas, no obstante, seguimos nuestras vidas normalmente; inconscientes del poder del átomo, los graves acontecimientos mundiales siguen pareciéndonos ajenos. No me sorprende, por lo tanto, que la psicosis nuclear que intoxica el ambiente desde la anexión por parte de Rusia de una quinta parte de Ucrania no vicie a ras de pavimento; comprendo que los problemas cotidianos no dejan mucho espacio para reflexionar sobre el problemón ontológico que ha supuesto la incorporación de Jersón, Zaporiyia y las repúblicas del Dombás a la federación rusa, acción que ha transformado completamente la dinámica de la Guerra ruso-ucraniana: desde el punto de vista de Vladimir Putin, ya no es Rusia la que invade Ucrania sino ¡Ucrania la que invade Rusia!

 

La anexión de la mitad oriental de la Novorossiya ha venido acompañada de renovadas amenazas nucleares por parte de Putin, las cuales, opino, no deberían subestimarse: de acuerdo con los Principios básicos de la política estatal sobre disuasión nuclear de Rusia, el uso de armas nucleares estaría justificado en cualquier caso “en el que la existencia del Estado sea amenazada”; es decir, según la muy ambigua guía de acción de las fuerzas armadas rusas, la cual fue esbozada luego de la agresión de la OTAN contra Yugoslavia y modificada recientemente, en plena guerra, el uso de tales armas está íntimamente ligado a la preservación de la integridad territorial y de la soberanía del país… y éstas condiciones, a su vez, observo, atan la suerte del zar:

 

Atrayendo la guerra a casa, Putin se ha puesto a sí mismo una camisa de fuerza; colocado entre la espada de la contraofensiva ucraniana y la pared del ala dura de su gobierno, si sus amenazas no funcionan, eventualmente, podría no tener otra opción que cumplirlas para evitar una derrota militar de consecuencias potencialmente catastróficas para su régimen o, en su defecto, ay, para escalar a un escenario en el que probablemente todos perdamos.

 

Volando en trayectoria suborbital, los misiles intercontinentales tardarían media hora en cruzar, zumbando, medio planeta; tiempo suficiente, pienso, para servirme un último café y tararear, medio resignado, una norteña: …no puedes reclamar lo que nunca fue tuyo.

 

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